El sábado 1 de febrero en muchas ciudades de Argentina habrá manifestaciones. Los llamados a marchar se multiplicaron después de la asamblea en el parque Lezama de la ciudad de Buenos Aires en repudio a los discursos de odio oficiales contra las mujeres y las personas LGBTIQ+ y la amenaza a derechos conquistados (además del intento de eliminar la figura de femicidio del Código Penal, un retroceso en décadas de debates). Desde que se conoció la convocatoria creció la solidaridad y en las marchas del sábado pueden confluir además luchas como la del hospital Bonaparte, contra los despidos en el sector público (con especial saña en los sitios de memoria y áreas relacionadas con la violencia machista) o los despidos discriminatorios en empresas como Shell o Pilkington.
Como en otro momento fueron las movilizaciones contra los femicidios, la violencia contra las mujeres y la desigualdad, marchas como las del 1F pueden ser canal de expresión también de descontento con las políticas de ajuste, salarios bajos y malas condiciones laborales. Algo de eso se vio entre los años 2015 y 2020 cuando movilizaciones como el 8M dejaban de ser fechas del calendario feminista para masificarse, se multiplicaban protestas como los lunes negros de Polonia, el movimiento por el derecho al aborto en varios países latinoamericanos (empezando por Argentina) y, en general, el resurgimiento de la movilización y los debates feministas en el Estado español, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos, entre otros, con diferente derivas. Acompañar las marchas feministas contra la violencia o contra la discriminación se transformó en una forma de expresar la propia insatisfacción con la desigualdad creciente en las democracias capitalistas.
Las guerras y las palabras
La primera entrega de 2024 de esta newsletter decía: “el gobierno de Javier Milei apuntó contra nuestro movimiento y emprendió dos guerras. Una es económica y somos parte de un blanco masivo: salarios licuados por la inflación, aumentos de tarifas y recortes de programas sociales (somos la mayoría de los sectores afectados porque las mujeres somos demasiadas entre las personas pobres, el trabajo informal y las jubilaciones mínimas). La otra es cultural y política, quieren convencer a la población de que su vida es peor porque se eliminó la criminalización del aborto, porque no es legal discriminar a alguien por su identidad o su sexualidad. La clave del éxito de esas guerras es mantenerlas separadas, por eso unirlas es más importante que nunca”.
En ese momento, se acercaba el 8M y este sábado tenemos una nueva oportunidad para unir luchas que se codean todos los días en la calle y muchas veces se unen intuitivamente y sin esperar autorización de las dirigencias. Porque aunque quieran construirlo con miedos y prejuicios, no existe ningún muro entre la lucha contra los despidos de empleadas y empleados públicos, en Shell, en Pilkington y la bronca con la discriminación, el desprecio y el odio amplificado por el presidente y sus funcionarios. Es muy probable que el sábado levantes la vista en la marcha y veas a mucha gente más parecida a vos de lo que quieren que pienses. Voy a estar en la columna de Pan y Rosas, espero que nos veamos por ahí.
Apuesto a que en las marchas aparecerá más de una pancarta con la cara de María Elena Walsh, el 1 de febrero es su cumpleaños. En el texto inédito que introduce El feminismo (Alfaguara, 2024), María Elena escribe que el feminismo es una respuesta al odio. También que es “pretender reinar no sobre los hombres, sino sobre nuestros propios cuerpos y destinos”. Esa frase me recordó a algo que escribió muchísimo tiempo antes (en 1792) la pionera del feminismo Mary Wollstonecraft en Vindicación de los derechos de la mujer: “no deseo que [las mujeres] tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”. Que hayan escrito algo tan parecido no es una casualidad, es la continuidad de la lucha contra la opresión, por la igualdad y la libertad.
Los autoetiquetados liberales-libertarios pueden rezarle a “la igualdad ante la ley ya existe en Occidente” todas las noches pero eso no impide que la vida real desmienta esa igualdad todos los días. Las batallas culturales de las que abusa el presidente lo llevan a repetir fórmulas predigeridas de las derechas de otras latitudes, pensando más en Donald Trump y Elon Musk que en las preocupaciones de la mayoría hoy en Argentina. En general, discursos como el de Davos son material para consumo interno, una arenga a los propios, pero puede fallar.
Los días que siguieron al discurso de Davos, todas las voces oficiales quisieron explicar lo inexplicable, quisieron decir que el presidente no dijo lo que dijo, pero una simple palabra, escribió también María Elena Walsh, puede terminar en quema de brujas y por eso es importante señalar y combatir la misoginia. Creo que no se opondría a sumar la homofobia, otros discursos de odio y políticas discriminatorias porque para ella el feminismo también era querer “cambiar radicalmente una sociedad basada en la violencia, la explotación y la represión”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario