En septiembre de 2020, Cazzu sacó un disco de R&B titulado Una niña inútil con referencias a Alfonsina Storni. Llegué (un año tarde, como a muchas cosas) por recomendación de alguien que me mandó un comentario sobre una columna en nuestro programa de radio El Círculo Rojo sobre trap y los debates que cruzan un género amplio y heterogéneo.
“Me anticipo a pedir disculpas a los intelectuales que consideren que nuestro género musical y un emblema de la literatura rioplatense no tienen nada que ver entre sí. Pero espero dejar aunque sea de manera tácita, un canal que invite a les jóvenes de esta generación a interesarse por la literatura y sobre todo, en las bases de un movimiento indispensable para la evolución humana”. Una de las primeras cosas que vi sobre Una niña inútil fue este texto que acompaña el disco de siete canciones nombradas con poemas de Storni. Sin ser seguidora del género o de Cazzu, me caen mil puntos las invitaciones tácitas fuera del algoritmo y la ironía de responder por anticipado a quienes opinan con culturómetro (?) en mano.
Hay exploraciones sobre los puntos de encuentro entre las canciones y los poemas que proponen lecturas posibles. Pero me pareció interesante la referencia al trabajo periodístico de Alfonsina Storni, menos recordado que su poesía o su suicidio, que siempre destacan un halo romántico o trágico más que sus críticas a los prejuicios patriarcales o sus ideas sobre los derechos políticos de las mujeres.
En las columnas y crónicas de La Nota y La Nación, con su nombre o el seudónimo Tao Lao, Alfonsina Storni solía utilizar el humor, la ironía y la parodia de los estereotipos femeninos para hablar de los prejuicios que rodeaban a su género. Incómoda en el lugar de la “amiga recomendada, que no se sabe dónde ubicar”, encontró recursos para transformar reductos diseñados como gueto en pequeñas tribunas. En “Feminidades” de marzo de 1919, narra su llegada, invitada por el director de La Nota Emín Arslán.
“¿Por qué no toma usted a su cargo en La Nota la sección Feminidades?”, le propone Arslán. Ella le responde con “la más rabiosa mirada”: “la cocina me agrada en mi casa, en los días elegidos, cuando espero a mi novio y yo misma quiero preparar cosas exquisitas”. Finalmente acepta porque, como le dice a Arslán, “voy viviendo” (nadie la mantiene). Relegada a “temas de mujeres”, Storni encuentra un tono discordante con el monotema de la belleza, el matrimonio y la maternidad de los artículos dirigidos a lectoras.
Siempre existieron periodistas y escritoras, pero el lugar de Storni en las primeras décadas del siglo XX hablaba sobre todo de un momento en que el periodismo era “oficialmente” masculino y la vida pública de las mujeres era un accesorio, siempre bajo sospecha, de su rol hogareño y familiar. Tania Diz (doctora en Ciencias Sociales, licenciada en Letras e investigadora del Conicet) dice que en el periodismo del siglo XX, “a partir de la masividad, todo se va clasificando y ordenando en sus lugares y aparece esto de ‘bueno, si esta mujer quiere escribir, que vaya a escribir cosas de mujeres’”. En sus observaciones sobre el trabajo periodístico de Alfonsina Storni y otras escritoras, rastrea el uso de imágenes y discurso alrededor del género y su “estrategia de imitar el modo de escritura típico [de los artículos ‘femeninos’] con ciertas desviaciones”.
Efectivamente, en sus columnas y crónicas hay mucho de esa parodia como respuesta al lugar de “mujer que habla de temas de mujeres”. Leemos también críticas al Código Civil y Penal argentinos (que sostenían el estatus de incapacidad de las mujeres) o al matrimonio, el apoyo al derecho al voto o las huelgas como la de telefonistas de 1919 (“las señoritas telefonistas están de huelga. Creo que es una huelga justa”). Aparece incluso Julieta Lanteri (de quien es amiga) y su candidatura por el Partido Feminista Nacional (mucho antes de que las mujeres votaran), cuando reporta la opinión de un “hombrecillo permufado” al que le pregunta “¿qué opina usted de la doctora Lanteri?” y él responde “que es fea”. Storni cierra su columna diciendo: “me hizo tanta gracia que me estoy riendo todavía”. Esta no será su única incursión en la lucha por el derecho al voto y los esfuerzos de las sufragistas, que recorre debatiendo con los prejuicios machistas.
En “Diario de una niña inútil”, que comienza con la idea de escribir un diario propio (una tarea que considera importante para todas las mujeres), enumera un decálogo para “transformar una niña inútil en una gran mujer”. Con ironía y humor, dialoga con un sinfín de artículos que aconsejaban seriamente a las jóvenes para conseguir un marido, la única forma de dejar de ser una inútil. “Horrorizada” por su soltería a los 25 años, un día proclama “desde mañana heme a la caza de un hombre, pequeño o grande, delgado o grueso, rubio o moreno… el país necesita mi concurso maternal”.
En la sección “Bocetos femeninos” de La Nación, dedica varias crónicas a las mujeres trabajadoras y habla de la división sexual del trabajo (aún vigente), con una mayoría empleada en el servicio doméstico, en la docencia y los escalones laborales más bajos como eran entonces cigarreras, hiladoras, planchadoras y lavanderas (que, dicho sea paso, organizaron su primer sindicato con la colaboración de la propia Julieta Lanteri y otras militantes). En “Las mujeres que trabajan” discute el prejuicio de incapacidad con las cifras del censo de 1914, que muestran que casi la mitad de la población asalariada es femenina. En “¿Por qué las maestras se casan poco?”, Storni aborda la independencia económica, en la que ve la forma de erosionar el matrimonio como única opción para las mujeres. “Mientras más seguridad económica hay en la mujer, menos prisa tiene por casarse. [...] Más fácil le será entrar en estado de amor, o en estado propicio al de casamiento, a una joven necesitada del apoyo económico masculino, que a quien pueda ir sosteniendo su vida material con sus propios esfuerzos”.
Un libro quemado (editorial Excursionistas) reúne esas columnas dedicadas a “cosas de mujeres” entre 1919 y 1921. La lectura del perfil menos conocido de Storni revisita desde el pasado un problema que persiste en nuevos formatos: literatura de mujeres, música de mujeres, cine de mujeres y continúa la lista. Sigue presentándose casi como una “obligación” para las escritoras, periodistas o artistas, pronunciarse, escribir, opinar o crear en un territorio demarcado por su género, cuando de lo que se trata es de destruir esas fronteras. La existencia de esos límites, que parecen amables, para aquellas con voces más audibles solo confirma que la opresión sigue siendo ley para la mayoría, que a veces parece silenciosa pero se calla cada vez menos.
Quizás por eso la primera línea de “Un libro quemado” escrita en 1919 no suene anacrónica en 2021 :“la palabra feminista, ‘tan fea’, aun ahora, suele hacer cosquillas en almas humanas”.
Las pioneras y la dama
Si tienen ganas de ver a Alfonsina Storni en movimiento, el canal Encuentro tiene una serie muy linda llamada Pioneras de las luchas feministas. Alfonsina aparece en el episodio “Sufragistas”, que recrea el diálogo con el “hombrecillo perfumado” sobre Julieta Lanteri y recorre parte de su vida. Las dos (y varias más) están interpretadas por Muriel Santa Ana.
A Clara Lemlich un dirigente sindical le explicó que “no daba” la relación de fuerzas y ella contestó: “escuché a todos los que hablaron y no me queda paciencia ... Soy una obrera, de las que ya están en huelga contra condiciones intolerables. Estoy cansada de oír generalidades. Estamos acá para decidir si hacemos huelga o no. Yo propongo que vayamos a la huelga general”. Las camiseras de Nueva York ganaron en 1909, desmintieron los prejuicios que existían (existen) sobre la participación de las mujeres en los sindicatos y escribieron nuevos episodios de la lucha de la clase trabajadora en la que ya no eran personajes secundarios.
Hablando de pioneras y periodismo, en 1970 la revista Newsweek publicó una nota de tapa sobre la revuelta feminista en Estados Unidos. La firma era de una periodista freelance porque “las mujeres no escriben en Newsweek”, dice Lynn Povich en su libro The Good Girls Revolt (La revuelta de las chicas buenas), a lo sumo son investigadoras (eufemismo utilizado para las que escribían artículos y firmaban “los periodistas”, todos varones). Las 46 periodistas de la revista inciaron la primera demanda por discriminación de género en un medio de comunicación ese año. El ejemplo se extendió y en poco tiempo la discriminación se vio expuesta en otras revistas y canales de televisión. La serie Good Girls Revolt cuenta algo de esa historia (que podría tener temporadas infinitas, si vemos los lugares de las mujeres en los medios, pero la plataforma Amazon la canceló después de la primera).
En la novela de Carolina Cobelo, Margaret Thatcher habla rioplatense, toma whiskey y muere de amor por Ronald Reagan. En Thatcher (Metalúcida), el mito de la líder con características “masculinas” (que siempre conlleva la idea de que las mujeres gobiernan distinto ¿mejor?) es llevada al extremo, a Margaret el whiskey le pone la verga floja (sic). Pero Thatcher también cuenta la historia de una obsesión, la de Reagan por derrocar al comunismo y el “qué sigue” inoculado por su esposa Nancy, que cultiva rosas asesinas y tiene un secreto. Los diálogos y escenas delirantes suceden en el marco de acontecimientos reales. La guerra de Thatcher con los mineros, la de Reagan con los controladores aéreos (y su objetivo de liquidar a los sindicatos) o las mesas con Mijail Gorbachov en la víspera de la caída del Muro de Berlín. Como en la vida real, China aparece como una posibilidad para nuevos repartos y Deng Xia Ping armando un juego propio para la potencia que pelea su lugar.
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