5/4/22

El matriarcado despierta



El guionista de Secretaria ejecutiva contó que se le ocurrió la historia mientras veía a la gente subir y bajar del ferry que une Staten Island con Manhattan. Esa dramedy retrató en 1988 a las mujeres que buscaban su propio sueño americano en las oficinas de la ciudad de Nueva York. No lo vemos en la escena que filmaron de forma clandestina en la hora pico, pero Tess (Melanie Griffith) y su amiga Cyn (Joan Cusack) se toman el ferry en la terminal St. George. En 2022, en esa misma terminal se cruzan todos los días muchos de los trabajadores y las trabajadoras del empleador más grande de Staten Island: Amazon. Durante la pandemia, sus protestas incluyeron justamente la demanda de mejor transporte entre esa terminal y el depósito en Bloomfield. 


Hace casi un año, en Bessemer (Alabama) intentaron quebrar la política antisindical de Jeff Bezos. No lo lograron (la empresa no escatimó recursos para boicotear la elección, que se repitió y se esperan los nuevos resultados). Pero el 1 de abril de 2022 la historia fue muy diferente. El depósito de Amazon en Staten Island se convirtió en el primer lugar sindicalizado del segundo empleador privado de Estados Unidos. 


Lo más interesante de este resultado es la generación que le da vida a los nuevos procesos de organización sindical (que no comenzaron ayer). Como en Starbucks, quienes desafían a las empresas tienen veintitantos, se parecen mucho más a la mayoría de la clase trabajadora que mueve los servicios (más femenina, más negra y más latina) y ya no son los líderes que se acomodan en los sillones tapizados por los partidos del establishment. 


Angelika Maldonado es una de las dirigentes del nuevo sindicato en Amazon y cuenta en una entrevista las mil y una cosas que hicieron para llegar hasta acá. Horas robadas al tiempo libre, formas múltiples de llegar a la amplia diversidad de la clase trabajadora (ignorada por los sindicatos tradicionales) y la convicción de que la organización colectiva no se termina en el lugar de trabajo sino que incluye a sus familias y sus barrios. Continúan así una tradición enorme del movimiento obrero estadounidense. Si no supiera que es Amazon, juraría que estoy leyendo los esfuerzos creativos de socialistas y sindicalistas en 1912 para organizar a las obreras textiles de la huelga Pan y Rosas. El diario Washington Post la nombró “Generación U” (por union, sindicato en inglés), pero la historia la están escribiendo ellas y ellos. 


Ya se dijo todo sobre Will Smith en los Oscar


Bestia compitió en la categoría mejor cortometraje animado (el Oscar se lo llevó The Windshield Wiper). Quince minutos parece poco pero la película de Hugo Covarrubias cuenta una historia tan perturbadora que casi agradecés que llegue pronto el final. Basada en el libro de Nancy Guzmán, Ingrid Olderöck, la mujer de los perros, Bestia narra un momento en la vida de una de las primeras mujeres de Carabineros (la Policía chilena), miembro de la agencia de inteligencia DINA y torturadora en centros de detención durante la dictadura de Augusto Pinochet. 


Olderöck es un rostro poco conocido y murió impune en 2001. Además de su crueldad, la distingue haber formado a mujeres para torturar. “Fue la directora de la escuela femenina de la DINA y ahí se les entregó destrezas a setenta mujeres para matar, hacer seguimientos, torturar y desaparecer a personas”, cuenta Nancy Guzmán cuando publicó su libro en 2014 . Entre las técnicas de tortura que utilizaba Olderöck estaba la violación, una herramienta nada excepcional en el terrorismo de Estado. 


El chileno no es el único Estado que utiliza la violencia sexual. Es una práctica sistemática. Por ese motivo pueden encontrarse ejemplos en la dictadura argentina, la represión en San Salvador Atenco (México) en 2006, la represión a la rebelión chilena en 2019 o al paro nacional de Colombia en 2021. 


El “disciplinamiento de género” fue un elemento importante de la violencia estatal contra las mujeres durante la dictadura en Argentina. En el juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz en 2006, Myriam Bregman (querellante de esas y otras causas contra crímenes de lesa humanidad, hoy diputada nacional del Frente de Izquierda) señaló que “la violencia sexual implementada como parte del terrorismo de Estado, debe integrarse en la figura de genocidio”. 


La Corte Penal Internacional incluyó en el año 2000 la “violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable” en los crímenes de lesa humanidad, cuando se cometieran “como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”. Argentina recién lo hizo en 2010 (antes se los consideraba hechos “eventuales”). Esta incorporación visibilizó la violencia contra las mujeres en el contexto de terrorismo de Estado, que ellas ya denunciaban como cuenta la periodista Myriam Lewin. Y resultó también en condenas específicas a genocidas, como Jorge “Tigre” Acosta y Alberto “Gato” González en 2021.

La democracia no impide que las fuerzas represivas del Estado sigan utilizando esas prácticas. Un caso relevante es la represión en el Estado de México, entonces gobernado por Enrique Peña Nieto (más tarde presidente). En 2006, el pueblo de San Salvador Atenco defendía sus tierras y fue reprimido de forma salvaje. Dos jóvenes fueron asesinados y no se pudo estimar la cantidad de heridos. Entre las 217 personas detenidas había 47 mujeres; la mayoría denunció agresiones sexuales. La violencia sexual perpetrada por miembros de las fuerzas represivas fue un mensaje de disciplinamiento físico y político. La violencia no se limitó a la violación, continuó en el silenciamiento de sus denuncias.

En este contexto, no hay algo demasiado singular en la historia de Ingrid Olderöck, aunque sus métodos fueran crueles, bestiales. Sí desentona con la idea de que la empatía, el cuidado o la conciliación son cualidades femeninas, una esencia de nuestro género, como si ser mujer fuera una experiencia universal sin importar nuestra clase social, etnia u origen. No hace falta que diga que esos discursos (criticados por muchos sectores del movimiento feminista) fueron útiles para mostrar la integración de una minoría de mujeres en lugares de poder de los Estados como legitimación de democracias que no son igualitarias ni incluyen a la mayoría de la población. Tampoco hace falta que diga que cada vez que esa idea es cuestionada nuestra lucha contra la opresión solo se fortalece. 


Una revista porno y un bar de lesbianas


“Tus ideas son buenas, con otro envoltorio tendrían más impacto” es más o menos el planteo de Doug, un editor de revistas eróticas y pornográficas. Le habla a Joyce, que busca inversores para su publicación The Matriarchy Awakens (El matriarcado despierta). Minx (en inglés, atrevida) es el nombre de una revista que combina notas sobre píldoras anticonceptivas y trabajo doméstico no remunerado con desnudos masculinos “pensados para el público femenino”. Así se llama la ficción de HBO, ubicada en el momento en que coexisten en la ciudad de Los Ángeles la segunda ola feminista y la industria pornográfica. No está basada en una historia real ni agota todos los debates, pero retrata varias de las tensiones que atravesaban la sociedad estadounidense. ¿Presentan a Joyce como el estereotipo que se construyó de las feministas? Sí, pero también vemos la extensión de sus ideas, cuando las modelos y otras empleadas de la revista cuestionan las condiciones en las que trabajan o cuando las amas de casa aceptan hablar de anticoncepción. Para Doug casi todo se reduce a un negocio, pero que el placer femenino aparezca en escena se explica, incluso en una comedia de seis episodios, como uno de los resultados de la movilización y los debates instalados por el movimiento feminista. 


Marvelous Mrs. Maisel culminó su cuarta temporada. Siempre empiezo con desesperanza las series que se alargan demasiado, pero su creadora Amy Sherman-Palladino encontró la forma de seguir contando historias alrededor de la vida de Midge Maisel (Rachel Brosnahan), una pionera del stand up en la Nueva York de fines de los años ‘50 y comienzo de los ‘60 . El puntapié con la salida abrupta de Midge del hogar al espacio público, después de varios altibajos, llega a la cuarta temporada con Mrs. Maisel proponiendo cambiar las reglas del negocio de la comedia. En un episodio, Midge recorre la mítica calle Christopher en Greenwich Village, sin que sus buenas intenciones puedan esconder la pacatería de la clase media neoyorquina. “¿Me trajiste a un bar de lesbianas?”, pregunta su representante y amiga Susie, entre el shock y la incredulidad. Hubo algo de ruido alrededor de la representación de Susie, sobre todo porque no se la muestra abiertamente como lesbiana. Creo que Alex Borstein, la actriz que la interpreta, da en el clavo sobre algo de ese ruido. “Es un show sobre un momento en el que la gente no abordaba el tema si no quería hacerlo, y está al aire en un momento en el que todo el mundo quiere hablar de eso”. Me parece que le vendría bien agregar un “o no podían” porque no es que la serie ignore la represión sexual (de todo el mundo, pero especialmente de las mujeres y las personas LGBTQI+), pero hay algo de cierto en lo que dice Borstein sobre los momentos. Por supuesto, se pueden contar muchas historias, como hace Ryan Murphy en Hollywood o Ratched. No son mejores ni peores, son historias. 



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