Hace setenta años se publicaba El precio de la sal (más tarde editada como Carol y adaptada en el cine con ese nombre). Apareció firmada por una tal Claire Morgan, aunque su autora era Patricia Highsmith, famosa por su primera novela de suspenso Extraños en un tren. Sin calcularlo, Highsmith escribió una novela que marcó un hito literario y cultural cuando el movimiento LGBTQI+ apenas daba sus primeros pasos: una historia de amor entre dos mujeres terminaba sin tragedia.
En la historia de Carol y Therese, nadie moría, nadie se “curaba” ni se “convertía” (las opciones disponibles para las historias de amor entre personas del mismo género en la década de 1950). “El atractivo de El precio de la sal era que tenía un final feliz para sus dos protagonistas o, al menos, tratarían de tener un futuro juntas. Antes de este libro, las personas homosexuales en las novelas estadounidenses habían tenido que pagar por su desviación cortándose las venas, ahogándose en una piscina o haciéndose heterosexuales”. Esto lo escribió la propia Highsmith en el epílogo de la edición de 1990, publicada con su nombre.
En 1948, Highsmith entró a trabajar a las tiendas Bloomingdale's de Nueva York como una forma de completar sus magros ingresos de trabajadora freelance escribiendo cómics. Todavía no era la autora famosa de Extraños en un tren ni había cobrado los derechos por la adaptación cinematográfica, y tenía que pagar el departamentito que alquilaba en Greenwich Village. Su breve interacción con una mujer en el departamento de juguetes dio inicio a la historia, en la que incluyó detalles autobiográficos.
Decidió llevar el borrador a la editorial que había publicado su primera novela, pero Harper & Bros la rechazó por su temática. Que fuera una historia de amor lésbica tampoco convenció a su agente Margot Johnson, aunque se inclinó por el final feliz cuando Highsmith le preguntó qué funcionaría mejor y le recomendó publicarla con seudónimo para no afectar su carrera en ascenso. Más tarde, la editorial Coward-McCann aceptó publicarla. Tuvo una respuesta respetuosa de la crítica, incluso el diario New York Times la describió como una novela con un “tema de alto voltaje”, tratado con “sinceridad y buen gusto”.
Libros para una generación clandestina
La explosión llegó cuando apareció una versión económica o de bolsillo con ilustraciones provocadoras en la portada. El precio de la sal no era necesariamente una historia erótica, pero compartir los estantes con las novelas pulp de la época la llevó a las cocinas y salas de estar de todo el país. “En un acto de lectura en secreto, la novela pulp lésbica formaba una comunidad lesbiana invisible”, así describe Nathan Smith a muchas lectoras del género. La biografía Devils, Lusts and Strange Desires de Richard Bradford recuerda que “durante los primeros cinco años, Coward-McCann recibía un promedio de diez a quince cartas por semana para la señorita Morgan [Highsmith]. La mayoría eran expresiones de gratitud a la autora que había creado un universo en el que podían vivir libremente su existencia clandestina”.
Cuando se publicó El precio de la sal, Mattachine Society, una de las primeras organizaciones en defensa de los derechos gay, llevaba pocos años en funcionamiento y todavía no existía la organización de lesbianas Daughters of Bilitis (recién surgiría en 1955). Hablaban de homofilia (amor a los iguales) porque la homosexualidad cargaba con un gran estigma: era un crimen y una enfermedad. Aunque las leyes no perseguían las relaciones entre mujeres, más por la imposibilidad de las instituciones de contemplarlas que por “inclusión”, no significaba que fueran aceptadas. Algunas de las escenas que leemos en la novela existían en la vida real: las persecuciones de detectives privados, las amenazas de alejar a las mujeres de sus hijos e hijas y, sobre todo, el ostracismo.
Aunque el consejo de la agente de Highsmith no tenía motivaciones políticas, le ahorró a la escritora la persecución de las leyes macartistas. “El año anterior a la publicación de El precio de la sal, el senador Joseph McCarthy (...) había declarado que las personas homosexuales de ambos géneros eran ‘contrarios a los estándares normales aceptados de comportamiento social’ y por lo tanto proclives a inclinaciones comunistas”. La descripción del contexto en Devils… es precisa. Bradford agrega otro elemento: en comparación con novelas contemporáneas como Women’s Barracks de Tereska Torrès (prohibida en varios estados por “promover la degeneración moral”), la de Highsmith evocaba la tradición de la novela romántica y pasó desapercibida. La publicidad que acompañaba la versión de bolsillo era “La novela de un amor que la sociedad prohíbe”.
“Las dos mujeres queer en El precio de la sal son presentadas como mentalmente estables, socialmente integradas y no tienen una obsesión con el suicidio o hacerse daños a ellas mismas”. Lo que la distinguió fue que sus protagonistas no estaban representadas con los arquetipos negativos de la época. Aunque Carol y Therese se ven obligadas a esconderse, no están avergonzadas ni viven torturadas por su deseo.
Patricia Highsmith no simpatizaba con ninguno de los movimientos contra la opresión existentes cuando su libro circulaba de mano en mano. Nunca escondió que tenía relaciones sexoafectivas con mujeres pero eso no conllevaba ninguna militancia o reflexión acerca de la represión sexual o el lugar de las mujeres y otros sectores oprimidos en la sociedad. Tenía posturas racistas, antisemitas y misóginas, según atestiguan sus diarios publicados en inglés en 2021 (Patricia Highsmith: Her Diaries and Notebooks). “El catálogo de sus odios impresionaba por su diversidad: latinos, negros, coreanos, indios, nativos americanos, portugueses, mexicanos y católicos, entre otros”, explica Bradford sobre esos diarios.
En su ensayo Suspense: cómo escribir una novela de misterio, Highsmith explicó que prefería la “tercera persona del singular y, podría añadir, en masculino” porque las mujeres le parecían menos activas que los varones y que tendía a “pensar que las mujeres son empujadas por la gente y las circunstancias en lugar de ser ellas las que empujen”. De todas formas, no tendríamos por qué juzgarla por sus decisiones en la literatura. Para todo lo demás, están sus opiniones en la vida.
Hermanas de sangre
Elizabeth Holmes fundó Theranos en 2003 cuando tenía 19 años. Había prometido desarrollar un análisis para identificar enfermedades sin agujas y a bajo costo, “solo con una gota de sangre”. Millonaria self made e ícono ¿feminista? de la meca tecnológica Silicon Valley, convenció a varios magnates y corporaciones para invertir en su empresa, llegó a tener una fortuna estimada de 3.600 millones de dólares. Más tarde se comprobó que era un fraude y hoy Holmes enfrenta una condena de 20 años de cárcel, una multa de 250 mil dólares (nada, considerando que puso en riesgo la salud de varias personas) y la deberá devolver las inversiones.
The Dropout (Hulu) es una miniserie que cuenta ese ascenso y caída estrepitosos. La actriz Amanda Seyfried construye el retrato obsesivo, solitario y ambicioso de Holmes, en base al podcast del mismo nombre (en inglés). La transformación (que incluyó inventarse una voz para transmitir mayor firmeza a los inversores) no excusa a Holmes en ninguno de los ocho episodios. Lo determinante son las reglas de un sistema que habilitan su existencia. Vemos desfilar multimillonarios y empresas ansiosos por expandir sus ganancias, dispuestos a creer cualquier cosa con tal de recibir dinero a cambio.
Un subrayado interesante de la serie son los usos del discurso feminista. Desde la campaña Iron Sisters (Hermanas de hierro), para apoyar a las niñas y mujeres en ciencia y tecnología (levantada y saludada por muchos medios) hasta la apelación directa a mujeres que “enfrentaron una tremenda resistencia en su época”. En una escena, Holmes se defiende de las críticas de un artículo periodístico, culpa al machismo (siempre verosímil, aunque no era el caso) y compara las maniobras para salvar su empresa con la lucha de las mujeres contra los prejuicios. Me dio un poco de risa que incluyera a Margaret Thatcher, que opinaba que el feminismo es un veneno.
Holmes fue defendida como imagen del avance de un feminismo que rompía los techos de cristal de Silicon Valley. La verdad es que no me interesa demasiado ese “feminismo”. Prefiero el “que trata de abolir las jerarquías corporativas, no de ayudar a una pequeña cantidad de mujeres a ascender en ellas”, como dice la filósofa Nancy Fraser en esta entrevista.
Agentes literarias y un sindicato en las nubes
La agente literaria de Patricia Highsmith, Margot Johnson, es famosa por el consejo de no firmar El precio de la sal pero, sobre todo, por negociar con Alfred Hitchcock el contrato para adaptar Extraños en un tren. En la nueva novela de Guillermo Martínez La última vez (Planeta), una de las protagonistas es una agente literaria llamada Núria Monclú. Su libro habla sobre el éxito, el prestigio y cómo se viven y se sufren entre escritores y escritoras. Guillermo cuenta que basó el personaje en Carmen Balcells, una agente literaria real que representó a autores como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa. Fue una figura clave del boom latinoamericano (generación literaria entre fines de los años ‘60 y comienzo de los ‘70) y del mundo editorial. En marzo de este año, su amiga y escritora Carme Riera publicó Carmen Balcells. Traficante de palabras, que recorre varios momentos de su vida.
Amazon hizo de todo para evitar que organizaran un sindicato en uno de sus depósitos. Fracasó. Lo que más les molesta a los empresarios es el efecto contagio; les molestaba en 1937 y les molesta en 2022. La desesperación de Starbucks por detener la ola de sindicalización terminó echando nafta al fuego cuando despidió a una barista de 19 años y avivó el efecto dominó que organiza tienda tras tienda. A propósito de Starbucks, Pablo Herón escribió sobre lo que pasa en esta cadena, que se viste de arcoíris pero persigue a quienes pelean por sus derechos detrás del mostrador.
Hace unos días, las asistentes de vuelo de Avelo ganaron la elección para afiliarse al sindicato AFA-CWA (por sus siglas en inglés) a pesar de la agresiva campaña antisindical de la empresa. Sara Nelson es la presidenta de la asociación y dijo que “las asistentes de vuelo enviaron un mensaje a sus gerentes y a cualquiera que esté pensando en crear una aerolínea: queremos respeto y justicia desde el comienzo”. El mensaje es para todas las empresas que buscan ampliar sus ganancias a costa de la precarización y los salarios bajos. Avelo fue creada en 2021 y la clave de su marketing son los vuelos baratos. Lo que no dice la publicidad es quiénes pagan esos costos tan bajos. No contaban con que el verdugo, aunque tenga otro rostro y vista muy distinto, siguiera en el umbral.
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