17/5/22

Una voz en el teléfono

 

Entre 1969 y 1973, antes de la despenalización, una red feminista clandestina realizó más de once mil abortos (sin ninguna muerte reportada) en la ciudad de Chicago, Estados Unidos. Su nombre era Jane

De alguna forma, emulaba los lazos solidarios que las mujeres tejieron durante siglos para controlar la natalidad, en choque con las corporaciones médicas y religiosas. A la vez, Jane inspiró las llamadas redes socorristas en diferentes partes del mundo, que desafían hasta el día de hoy prohibiciones estatales como en Polonia o en el propio Estados Unidos, donde se limita hace años el derecho a decidir cuándo interrumpir un embarazo, tal como lo garantiza el fallo Roe versus Wade de la Corte Suprema, hoy en peligro

Laura Kaplan le otorga un marco definido a la lucha por la legalización del derecho al aborto en la década de 1970 en The Story of Jane. The Legendary Underground Feminist Abortion Service (La historia de Jane. El legendario servicio clandestino de aborto feminista). Dice que el movimiento de liberación “hizo más que llevar el aborto al ámbito público. Enmarcó el tema, no en los términos de la privacidad de las relaciones sexuales, ni en el lenguaje neutral de la elección, sino en términos de la libertad de la mujer de determinar su propio destino, tal como ella lo definiera y no otros”. 

¿Quién es esa chica? 

“El cartel decía, ‘¿Estás embarazada? ¿No querés estarlo? Llamá a Jane’. Y había un número de teléfono”. Esto lo cuenta Winnette Willis en un episodio de Radio Diaries dedicado a la red feminista. En 1971 tenía 23 años, le aterrorizaba tener otro bebé y no sabía a quién acudir. 

Cuando alguien llamaba al número del cartel, respondía un contestador automático que pedía un teléfono, la fecha de la última menstruación y un nombre. Jane alquilaba varios departamentos en Chicago, recibías una dirección y te trasladaban a un segunda ubicación para realizar el procedimiento. Así mantenían el anonimato y la seguridad de quien acudía a la red. Empezaron trabajando con un médico (que, se enteraron después, no tenía título habilitante y terminaron aprendiendo a hacerlo ellas mismas en las condiciones más seguras posibles). El aborto tenía un costo pero el dinero no era un obstáculo. En Jane sabían que la criminalización pesa diferente según tu clase, tu etnia y tu origen y una parte clave de su actividad era garantizar el acceso a quienes el mercado de la clandestinidad dejaba afuera. 

Oficialmente, eran conocidas como Abortion Counseling Service of Women’s Liberation (servicio de orientación sobre aborto del movimiento de liberación de las mujeres). No era el único servicio, pero para Jane el control sobre la reproducción era una pieza fundamental de la autonomía, parte de una lucha más amplia, la lucha contra la opresión. Por eso cualquiera que llamara al número de teléfono en el cartel conocía el proceso y participaba de las decisiones. Como cuenta The Story of Jane, uno de sus lemas era “No te hacemos nada a vos, lo hacemos con vos”. No era una sutileza gramática, era una decisión política. 

La idea fue de Heather Booth. Tenía 19 años y estudiaba en la Universidad de Chicago cuando la hermana de una amiga le pidió ayuda para realizarse un aborto. Juntas encontraron un médico que accedió a interrumpir el embarazo. A partir de ese momento, otras amigas empezaron a llamarla. “Cuando recibí el tercer llamado, me di cuenta de que no podía hacerlo sola. Así que puse en pie un sistema”.

Martha Scott tenía 28 cuando se sumó a Jane, era ama de casa y madre de cuatro hijos de menos de 5 años. Creía que las mujeres merecían una opción segura y económica para realizarse un aborto. “Simplemente pensaba, si para vos algo es muy importante, tenés que hacer algo”. “No había tenido ni una multa por exceso de velocidad. Pero el aborto era la primera línea, era donde se morían las mujeres”. Así explicó Jeanne Galatzer-Levy por qué empezó a colaborar con Jane cuando había cumplido 20 años. 

¿Por qué menciono estos nombres? Porque son las que terminaron detenidas cuando la Policía de Chicago decidió hacer una redada en uno de los departamentos de Jane en 1972. No es que la Policía no supiera de su existencia. El aborto era tolerado siempre que no se hablara de él. En el documental El caso Roe (Netflix), el reverendo Tom Davis, que fue capellán universitario durante la década de 1960, lo explica muy bien: “Antes del fallo Roe vs. Wade y de la ley de Nueva York, la mujer era una delincuente. Intentaba que la operaran, pero era algo ilegal. Y nadie intentaba detenerla demasiado”. 

Martha Scott contó que cuando hicieron el allanamiento (activado por la denuncia de dos mujeres católicas), “miraban para todas partes, ‘¿dónde está el doctor?’, buscaban a un hombre pero no había ninguno, solo estábamos nosotras”. Detuvieron a siete activistas, acusadas de once cargos por el crimen de aborto y conspiración para practicar un aborto. 

Seis meses después, el fallo de la Corte Suprema terminó con la criminalización y ninguna fue condenada. Martha Scott dijo que cuando salió el fallo pensaron que ya no tenía sentido mantener la organización, aunque se mantuvieron activas políticamente. “Realmente pensamos que el hecho de que [el derecho al aborto] fuera legal, no sería algo tan político ya, que se extinguiría como una especie de tema social. Pero estábamos equivocadas. Estábamos equivocadas”. 

Luego de décadas de ampliación de derechos, esa fórmula que le quita a las conquistas la sangre de la política y el sudor de la pelea, creo que volver sobre la historia de Jane recuerda que los derechos no son la única dimensión de la lucha contra la opresión. Y, sobre todo, que ninguna victoria es permanente. El derecho al aborto es elemental pero en sí mismo, como otros, no fractura el orden que es necesario derribar para constuir sociedades donde reine la libertad y no apenas recortes de prohibiciones y tutelajes.

Camila, López y las escritoras 

Camila saldrá esta noche es una película de la directora argentina Inés Barrionuevo. Camila (Nina Dziembrowski) se muda con su mamá y su hermana de La Plata a la ciudad de Buenos Aires. En esta suerte de coming of age, las circunstancias la obligan a ingresar a un colegio religioso, donde choca constantemente con la institución (“acá hasta poco las mujeres no votaban”, responde Camila en una clase en la que se juzga a la “cultura árabe”). Pero la película no explora solamente esos contrastes esperables entre una adolescente hija de su época y la opresión de un colegio católico. Quizás lo más sugerente sean las charlas y las preguntas de las nuevas generaciones sobre todo lo que las rodea, desde los lazos familiares hasta la sexualidad o el machismo. Mis dos momentos favoritos suceden en la escuela. Camila presupone la postura de una compañera y ella le contesta que saca demasiadas conclusiones y cree que está “del lado correcto de algo”, “¿qué pensás? ¿Que porque estuvimos tenemos que pensar igual?”. ¿Ser, sentir o hacer algo determinado significa una opinión? Identidad y política. En un acto escolar, cuando aparece el personaje del cura, se escucha el grito “Abusador” y todo se funde en verde con el humo de las bengalas mientras un grupo repite “Mi cuerpo, mi kiosco”. Camila saldrá esta noche se estrena el 26 de mayo

López se llama María de la Cruz y a Felisa Wilmer le parece un desperdicio que no explote ese nombre dado que ambas estudian en un colegio de monjas clarisas de la zona norte de Buenos Aires con un trasfondo de dictadura en retirada. Las poseídas (Tusquets 2013) es una novela con muchas marcas góticas de Betina González. Un convento plagado de fantasmas, fantasmas que traen al presente problemas del pasado y un contraste constante entre la existencia dentro y fuera del colegio, dentro y fuera de la familia, dentro y fuera de nosotras mismas. Felisa, recién llegada de Londres, se convierte en la sensación del colegio por su rebeldía, su inglés perfecto y su manejo de pasajes literarios y poemas. López, que no es ni tan rica ni tan linda como sus compañeras, termina formando con ella una alianza inesperada. En la novela de González podés ser poseída por los fantasmas, el pasado, las diferencias sociales o los prejuicios. Quizás la posesión más fuerte sea la de las emociones que se desdoblan para conquistarlo todo. 

Si te gusta Virginia Woolf, Victoria Ocampo y/o todas sus combinaciones posibles, seguramente te guste la obra de teatro Virginia y Victoria (llevadas al escenario por Irene Chikiar Bauer). Si leíste algunas de sus cartas, vas a sentirte parte de la conversación y si no, es una excusa perfecta para conocerlas.

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