31/5/22

Mala leche

 


En una escena de la serie Bridgerton, Eloise le cuenta a Penélope que durante las semanas que no se publicó el boletín de chismes de Lady Whistledown tuvo la oportunidad de leer a otras autoras. Recita mientras pasean, “espero que mi propio sexo me disculpe si trato a las mujeres como criaturas racionales en vez de halagar sus encantos fascinantes” (la cita continúa así: “y considerarlas como si estuvieran en un estado de eterna infancia, incapaces de valerse por sí mismas”). “Es Mary Wollstonecraft”, le dice entusiasmada. Cuando Shonda Rhimes llevó a la pantalla a una de las precursoras del feminismo, esas palabras cumplían 230 años. 

“No deseo que [las mujeres] tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”, dice Wollstonecraft en Vindicación de los derechos de la mujer. Lo publicó en 1792 pero pasó un siglo hasta que el movimiento feminista se apropiara de él. Fue la edición de 1897, con introducción de la sufragista inglesa Millicent Fawcett, la que le dio nueva vida entre la generación que luchaba por la igualdad. 

No fue su primer libro pero sí el de mayor (aunque tardío) impacto. La Revolución francesa excluyó a las mujeres de su promesa republicana de libertad, y se transformó en escenario del surgimiento de las primeras ideas sobre la opresión de género. Un año después de la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouges, Wollstonecraft publicaba su Vindicación. Ambos textos se apoyaban en ideas de la Ilustración: la razón y la igualdad. 

Mary Wollstonecraft abogó especialmente por la educación igualitaria para las mujeres, que ella entendía como una forma de revertir la inequidad entre los sexos (percibida entonces como “natural”). Y la pensaba en contraposición a la “infantilización eterna” y la formación como subordinadas e incapaces que recibían. 

Llamaba a cuestionar el “derecho divino” de los maridos, en clara analogía con las rebeliones antimonárquicas. “Cabe esperar que el derecho divino de los maridos, así como el derecho divino de los reyes, en este siglo de las luces, pueda y deba ser cuestionado sin peligro; y aunque la convicción no acalle a muchos polemistas atrevidos, al menos, cuando se ataca algún prejuicio imperante, la gente sabia lo considerará y dejará a los estrechos de mente que clamen con vehemencia irracional contra la innovación”. El cuestionamiento al matrimonio y la autoridad tiránica que otorgaba al marido son recurrentes en textos de la época. Se pueden encontrar elementos similares en el Llamamiento de una mujer al pueblo sobre la liberación de la mujer de la francesa Claire Démar, periodista y militante sansimoniana

Como muchas de sus contemporáneas, Wollstonecraft fue autodidacta. Trabajó como institutriz, costurera y maestra; sus esfuerzos estuvieron dedicados a subsistir en una sociedad en la que las mujeres tenían muy pocas opciones fuera del matrimonio. Eleanor Flexner, pionera en la historiografía feminista, fue una de las primeras en interesarse por la vida que llevó a Mary a escribir Vindicación

En su libro Mary Wollstonecraft: A Biography de 1972 dice: “el punto de vista de Mary fue moldeado en un grado inusual por las circunstancias de su propia vida y la de otras mujeres que conocía: por su lucha contra la pobreza y las deudas; por la frustración de mentes que, ella sabía, eran capaces pero les negaba su desarrollo potencial una sociedad que decretó que las mujeres, cualquier mujer, todas las mujeres, carecían de la capacidad de la razón o incluso de pensar”. 

Pasaron más de dos siglos y hoy no es un sentido común que las mujeres seamos criaturas carentes de razón. Sin embargo, muchas desigualdades con las que convivimos siguen alimentándose de ideas que vienen del mismo lugar. Ningún prejuicio desaparece naturalmente, retroceden cuando son cuestionados; y solo es posible pensar en que dejen de existir en una sociedad donde no tengan de qué alimentarse (es decir, sin explotación y sin opresión, donde nadie tenga que luchar “contra la pobreza y las deudas”).  

Desigualdad en polvo

Una falla en la cadena de suministro de leche de fórmula para bebés desnudó uno de los tantos pilares de la desigualdad en Estados Unidos. El problema tiene tres causas: la pandemia, el cierre de una planta de la empresa Abbott Nutrition (cuando se detectó una contaminación bacteriana después de la muerte de dos bebés) y que solo cuatro fabricantes controlan el 90 % del mercado. Casi la mitad (43 %) de la leche de fórmula desapareció de las góndolas. 

La escasez afecta directamente a las familias pobres (casi 38 millones de personas viven debajo de la línea de pobreza en ese país). El Programa Federal para Mujeres, Bebés y Niños (WIC, por sus siglas en inglés) garantiza la leche de fórmula a más de seis millones de niños y niñas de hasta 5 años (y tiene contratos exclusivos con las empresas que controlan el mercado). La desesperación llega a tal punto que se dispararon en un 2.400 % las búsquedas en Google sobre cómo fabricar la leche de forma casera (un escenario que puede desembocar en una catástrofe todavía mayor por los riesgos que implica). 

Pero si hay algo que dejó en evidencia esta crisis es la carga que significa para las mujeres la crianza en general y la lactancia en particular. Cuando la falta de leche en polvo hizo escalar los precios, una de las respuestas fue alentar o reforzar la lactancia materna, como si fuera una alternativa sin costos y como si todas las mujeres tuvieran la opción de hacerlo. 

La ONG Plutus Foundation calculó el costo de la lactancia materna en cerca de 950 dólares al año (contra 1.200 de la leche de fórmula). La revista Inc. estimó que la lactancia puede significar unas 1.800 horas al año, similar al tiempo de un trabajo de 40 horas semanales con tres semanas de vacaciones (1.960). La diferencia es que nadie espera que vayamos a una oficina o a un taller sin que nos paguen, pero sí se considera la lactancia como algo “gratis”. También es esperable que las mujeres lo hagan mientras se reintegran al trabajo, porque en Estados Unidos no existe la licencia por maternidad paga y la mayoría vuelve a su empleo pocas semanas después del parto, en el mejor de los casos. A esto se suma que solo el 40 % trabaja en lugares con espacios para utilizar succionadores de leche que no sean baños. ¿Cómo es posible elegir en estas circunstancias? 

La tasa de lactancia exclusiva es baja en Estados Unidos: el último registro oficial estimó que solo el 25,8 % la eligió durante los primeros seis meses de vida de su bebé y el 46,3 %, durante los tres primeros. Las condiciones mencionadas más arriba explican bastante esa elección. Tampoco es una sorpresa encontrarse con cruces de clase y etnia al observar los datos: “las personas que menos optan por la lactancia materna son jóvenes, de bajos ingresos, negras, [y] solteras”. 

El desarrollo de una alternativa o suplemento para la lactancia siempre fue de interés para las familias trabajadoras y, sobre todo, para las mujeres. La sobrecarga de las tareas de cuidado no remuneradas, en especial la crianza, solo agudiza las brechas de desigualdad y las empuja a los puestos de salarios más bajos, a las condiciones más precarias y, en general, a tener menos tiempo disponible para el mercado de trabajo. La “igualdad de género” es tan frágil que un problema en la cadena de suministros hace que salgan a la superficie las líneas de falla de una sociedad que es desigual por definición. 

El libro del dragón fileteado y una receta de coq au vin 

Hace algunas semanas Nido de vacas editó Introducción a la teoría feminista de Danila Suárez Tomé. Tiene prólogo de la también filósofa Diana Maffía y un dragón fileteado en la portada. Una de las cosas que más me gustan de este libro es que es para cualquiera con ganas de conocer las ideas que circulan, se debaten y resignifican todo el tiempo. Los manuales suelen tener mala prensa o se les baja el precio como a los textos de divulgación que son, al contrario, herramientas indispensables para fortalecer a los movimientos que tienen en la calle su campo de batalla (donde, en definitiva, se disputa, se gana y se defiende todo). 

Introducción a la teoría feminista es un manual en el mejor sentido de la palabra. Expone ideas y acompaña su lectura con un punto de vista que nunca está escondido. Y sobre todo, pone en valor el recorrido teórico y político que nos precede y es parte de nuestra lucha, algo que a veces queda en segundo plano en un momento de “novedad permanente” (una idea robada a Feminismos para la revolución de Laura Fernández Cordero). Explorar la genealogía feminista es esencial en la reflexión sobre la teoría y la praxis y ocupa un lugar importante en el libro. En ese sentido, preguntas como para qué sirve y qué deja ver la analogía de las “olas feministas” es una buena muestra de los lazos entre intelectuales y activistas en Argentina, que producen y renuevan preguntas críticas, y enriquecen un movimiento que mantiene su vigencia siempre que visibiliza sus debates y nunca cuando los silencia. 

Julia es una miniserie de HBO sobre Julia Child, chef y pionera de la cocina en televisión (alguien apuntará “como Doña Petrona” y tendrá razón). Interpretada por Sarah Lancashire (la inolvidable Catherine Cawood en Happy Valley), la autora del libro El arte de la cocina francesa llegó de forma inesperada a la televisión, ante la mirada atónita de señores con corbata que creían que era una estupidez suprema. Con la excusa de contar la historia de ese programa que se transformó en un éxito, Julia reconstruye el comienzo de los años 1960 en Estados Unidos y propone reflexiones sobre la vida, la amistad, la vejez y los deseos de las que llegaron a esa década educadas exclusivamente para el hogar mientras explotaba el movimiento de liberación. Son ocho episodios inesperadamente interesantes, incluso si no te importa nada la receta del coq au vin que, como dice Julia, no es otra cosa que “pollo al vino tinto”.  



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