En 2019, la hija de una trabajadora doméstica caminó por la alfombra roja de los premios Oscar. Yalitza Aparicio interpretó a Cleo en Roma, la película de Alfonso Cuarón. Algunas voces destacaron la visibilización, otras dijeron que romantizaba la explotación. Lo cierto es que fue la primera vez en muchos años que la discusión sobre el trabajo en el hogar, pago y no, superaba los círculos feministas.
Una película que nadie quiere ver
Se estima que durante 2020 y 2021 en Argentina, 433 mil trabajadoras de casas particulares registradas perdieron su empleo. Subrayo “se estima” porque la informalidad supera el 77 % en el sector. Hablar de trabajadoras no excluye a nadie porque más del 95 % son mujeres. El impacto entre las precarias es incalculable.
Los datos del CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento) muestran dos fenómenos simultáneos: el trabajo doméstico pago fue el más afectado y el que se recuperó de forma más lenta. En 2021, se evidenció “una recuperación de apenas el 18 % con respecto al segundo trimestre de 2020, muy por debajo de la media en un contexto en el que el nivel agregado de empleo ya se encontraba en niveles previos a la pandemia”.
El virus Covid-19 evidenció una realidad invisibilizada: las trabajadoras que limpian y cuidan a cambio de un salario están entre las más pobres. Sus ingresos son iguales o inferiores al 50 % del promedio de todas las personas empleadas. No sucede solo en Argentina: según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), entre 11 y 18 millones de personas trabajan en el servicio doméstico remunerado en nuestra región, el 93 % son mujeres y el 77,5 % lo hace en la informalidad.
El primer capítulo de Puertas adentro.Una crónica sobre el trabajo doméstico (Marea editorial, 2022) se llama “Retrato de una trabajadora”. El 85 % es argentina (el 15 % viene de otro país sudamericano), el 68 % no terminó la escuela secundaria, el 56 % tiene entre 25 y 49 años, el 35 % lleva el único ingreso a su hogar, el 44,2 % es jefa de hogar. La mitad pertenece al quintil más pobre.
Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas combinan las historias y las investigaciones detrás de esos porcentajes. Los testimonios de las trabajadoras vuelven concreta la informalidad, las jornadas extensas (sea porque viven lejos o viven donde trabajan) y la línea borrosa entre trabajo, familia y hogar. “Es una relación que se escapa del espacio tradicional del trabajo porque se da en el seno familiar, en una casa, fuera de la regulación pública, y atravesada por la intimidad en la que se establecen vínculos entre clases sociales distintas”. Esto lo dice Débora Gorbán, coautora con Ania Tizziani de ¿Cada una en su lugar? Trabajo, género y clase en el servicio doméstico.
Una mujer en cada extremo
Nadie puede fingir sorpresa cuando lee en Puertas adentro que la relación laboral de una trabajadora de casas particulares está gestionada por otra mujer (las pocas veces que aparece un varón es porque es soltero o se encarga exclusivamente del dinero). Opera el prejuicio patriarcal que coloca a las mujeres a cargo de las tareas del hogar, relizándolas ella misma de forma gratuita o pagándole a otra mujer. No lo hacen solamente las ejecutivas y las mujeres de clase alta, también acuden al trabajo doméstico y de cuidados asalariados las profesionales de clase media, las trabajadoras de “cuello blanco” y otros sectores.
Se constituyen así lo que se conoce como cadenas globales de cuidado. La filósofa feminista Nancy Fraser explica que a medida que un sector de mujeres ingresa a puestos de trabajo más calificados y demandantes delegan su rol en el hogar en otra persona y esa persona casi siempre es una mujer. “¿A quién recurrir? La respuesta: a las mujeres inmigrantes, a menudo racializadas, que vienen del otro lado del mundo [o del país], dejando a sus propias familias bajo el cuidado de otras personas, mujeres más pobres, que deben apoyarse a su vez sobre otras que son todavía más pobres que ellas”.
Un factor que atraviesa estas cadenas de cuidados es la desigualdad. “La desigualdad socioeconómica es condición para la existencia de este trabajo y que se refleja en el acceso a bienes de unas y otras, en los barrios en los que viven unas y otras, en los cuidados que pueden pagar unas y otras”, dice Débora Gorbán. Sobre esa desigualdad se establecen relaciones laborales, a veces borroneadas por los lazos de intimidad. “Le pregunté si le había dado licencia por maternidad y me dijo que no porque ella en su casa se sentía muy cómoda. No le ofreció algo que era su derecho ni se le ocurrió que podía tener una licencia de tres meses”, se lee en Puertas adentro .
Otro testimonio que recoge el libro grafica muy bien esa relación confusa, especialmente en torno a las tareas de cuidado: “He ido a Mar del Plata con ellos. Si voy, no voy a trabajar. Voy de vacaciones. Fui con Ema en diciembre. En 2017, ellos fueron en el invierno a Ushuaia y también la llevaron a mi hija más chica. A fines de noviembre fui con Ema para ayudarla con los nietos. Esa vez sí fui para estar con los chicos, para ayudar, pero no a limpiar (Paola)”.
Gratuito o de bajo costo, siempre femenino
Los bajos salarios y malas condiciones se explican, en gran medida, por el entrelazamiento específico entre opresión de género y explotación de clase en el capitalismo. Hay (muy pocos) varones en el trabajo doméstico pero sus características están moldeadas por la feminización del sector. No siempre fue así, hasta la década de 1950 existían muchos trabajos domésticos especializados y bien pagos realizados por varones. Pero a medida que surgen otras posibilidades laborales, la rama doméstica se descalifica y feminiza. El empleo asalariado femenino también impactó en una mejora relativa para las trabajadoras de casas particulares, pero la posición débil para negociar las dejó en uno de los últimos escalones de salarios y derechos.
Las autoras recuperan una pregunta de Janine Rodgers en Trabajo doméstico para indagar sobre la relación entre sueldos bajos cuando el trabajo es remunerado y la invisibilización cuando lo realiza una mujer en su casa (lo que el marxismo y el feminismo llaman trabajo reproductivo). “Si el trabajo de las mujeres en casa no vale nada, ¿por qué el mismo trabajo realizado afuera o por otra persona tendría mucho valor?”. Una desigualdad social apoyada en y legitimada por una noción patriarcal que es funcional al capitalismo y retroalimentada por él. Se confirma en otras ramas económicas derivadas de las tareas de cuidado (limpieza, salud, educación). No es fácil resumirlo pero es un win-win para el capitalismo.
Una trabajadora, muchas trabajadoras
En 1972, feministas de varios países de Europa se reunieron en Padua (Italia) para discutir el trabajo invisible que hacían las mujeres en los hogares. Andrea D’Atri cuenta acá la historia de ese encuentro y sus debates. En 1983, el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe propuso el 22 de julio como el Día Internacional del Trabajo Doméstico. El objetivo fue visibilizar lo que estaba invisibilizado.
En Puertas adentro leemos que el aislamiento es uno de los principales obstáculos para la negociación colectiva. El aislamiento a veces se rompe. En 2018, las trabajadoras de Nordelta cruzaron esa línea y dejaron de ser una para transformarse en muchas. La discriminación de la empresa de transporte Mary Go mostró la fractura de clase, a menudo opacada, esta relación laboral. En su crónica en la revista Crisis, Natalia Gelós destaca un momento muy especial del reconocimiento colectivo: “un momento importante en la formación de esa identidad se evidenció cuando participaron de la Asamblea de Mujeres que se hizo el día después de que absolvieran a los acusados del femicidio de Lucía Pérez. Frente a cientos de mujeres, Claudia y Adriana se presentaron como ‘trabajadoras de Nordelta’”.
Esa imagen resume cómo determinados momentos y lugares pueden quebrar el aislamiento, entonces especialmente el movimiento feminista y de mujeres, el ejercicio de la movilización y las asambleas. Esos momentos jugaron un rol similar al de otros ámbitos de reunión y debate, como las comisiones de mujeres a lo largo del siglo XX (distintas pero igual de vigentes en el siglo XXI). Creo que no hay nada más poderoso que dejar se de ser una para ser muchas o, más todavía, ser parte de algo colectivo. En el medio puede haber avances parciales o retrocesos, pero nada vuelve a ser como antes.
Telenovelas, un arcoíris en el Caribe y un encuentro entre las que no mueren
Cuando se estrenó Roma, lo más conversado fue que la historia estaba contada a través de los ojos de una empleada doméstica. Estas trabajadoras fueron y son figuras relevantes en las producciones culturales desde hace mucho tiempo, sobre todo en las telenovelas. Libertad Borda, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del género, recuerda que siempre estuvieron presentes, sobre todo en “la fórmula narrativa que ubica a la mucama como protagonista central de un periplo de triunfo”. Cuando le preguntan por qué, dice que hay que evitar las respuestas demográficas porque se combinan más elementos, empezando por las emociones exacerbadas que busca el melodrama (género marco de la telenovela), “su gusto por los extremos” y, sobre todo, “el ascenso al reconocimiento final [que] brinda una enorme fuente de placer a sus públicos –identificados no necesariamente con el puesto laboral real, pero sí con sus vejaciones y padecimientos– que pueden imaginar por un rato que una vida mejor es posible”.
La mucama de Omicunlé es un libro de la escritora dominicana Rita Indiana. Rita hace muchas cosas, entre ellas, escribir. Es una imprescindible de la literatura caribeña contemporánea. Dicen que su prosa tiene flow, una mezcla de merengue y música electrónica. Periférica publicó su novela en 2015. Decir que La mucama de Omicunlé es híbrida es poco para hablar de esta mezcla de ciencia ficción, diosas del Caribe, política, discusiones sobre el arte, el género y bucaneros de otro siglo. En un futuro cercano y temible, la contaminación arrasó con casi todo y las experiencias sensoriales están mediadas por aplicaciones. En ese país vive Acilde, nuestra heroína, que en realidad quiere ser héroe y sueña con comprar Rainbow, una droga que permite cambiar tu género. Trabaja en la casa de la asesora mística del presidente, Esther Escudero, Omicunlé, como la bautizaron cuando la hicieron santa, hija de la diosa del mar Yemanyá. El secuestro de una anémona mágica dispara un crimen, el crimen dispara historias que avanzan en paralelo a ritmo frenético. El mar siempre está demasiado presente y el presente puede ser el pasado.
Ser ellas recrea un encuentro imaginario entre Eva Perón, Simone de Beauvoir y Frida Kahlo. Es una obra de teatro escrita por Erika Halvorsen e interpretada por Ana Celentano (Eva), Anabel Cherubito (Simone) y Fabiana García Lago (Frida). La puesta que puede verse en El Tinglado es del director Adrián Blanco (fallecido en 2021). Se reestrenó a pocos días del aniversario de la muerte de Eva Perón (26 de julio de 1952). La obra explora las ideas de tres mujeres, muy diferentes entre sí, por sus vidas, sus ideas y las pasiones que despertaron y despiertan hoy, un momento también muy diferente a los que vivieron y marcado por la movilización de las mujeres. Algo interesante es que no hay lecturas forzadas, los encuentros y desencuentros funcionan alrededor de las experiencias políticas, filosóficas y artísticas de las protagonistas, de las actrices, que también ponen en juegos sus propias ideas y, por supuesto, del público.
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