Si te odiara,
el mundo no se inmutaría
nunca el mundo se ensaña con los que odian.
En cambio te amo
y todo es catástrofe
las voces, las manos, los rostros
todos quieren apedrearnos
Las estrofas pertenecen a un poema de Susana Thénon. Susana nació un 7 de mayo de 1935 y murió en 1991. Fue poeta, traductora (dicen que un poco escribió al poeta austríaco Rainer Maria Rilke en castellano) y fotógrafa (especialmente de su pareja, la bailarina Iris Scaccheri), curiosamente en su acta de defunción decía “ama de casa”. La primera vez que escuché su nombre fue en 2015 en una maratón de lectura que organizaron varias escritoras en la plaza Spivacow, detrás del Museo de la Lengua, cuando el movimiento Ni Una Menos empezaba su recorrido. Alguien recitó “¿Por qué grita esa mujer?” de su Ova completa de 1987: “Esa mujer / ¿por qué grita? / Andá a saber / Mirá qué flores bonitas / ¿Por qué grita?”. Los versos de Susana se codearon con la realidad y hablaron de ella entonces y creo que vuelven a hacerlo hoy, en los tiempos del odio.
El domingo 5 de mayo, un hombre atacó con una bomba molotov a cuatro mujeres lesbianas que compartían habitación en una pensión de la ciudad de Buenos Aires. Pamela Cobos, Mercedes Roxana Figueroa y Andrea Amarante murieron por las quemaduras; Sofía C. sigue internada recuperándose. Justo Fernando Barrientos era inquilino de la misma pensión y hostigaba a las mujeres por su sexualidad. Por el silencio de los medios de comunicación, probablemente muy poca gente se hubiera enterado de este crimen de odio. Si tuvo algo de repercusión fue por la polémica desatada la semana anterior alrededor de la entrevista de Nicolás Márquez con el periodista Ernesto Tenembaum en Radio Con Vos.
Márquez es un abogado de ultraderecha, escritor y hoy mucho más conocido por ser el biógrafo del presidente Javier Milei. Durante la entrevista dijo que “cuando el Estado promueve, incentiva y financia la homosexualidad, como lo ha hecho hasta la aparición de Milei en escena, está incentivando una conducta autodestructiva” y pronunció una catarata de datos falsos. Entre otras: “una persona de tendencia homosexual vive 25 años (promedio) menos que una persona heterosexual”, “tiene 14 veces mayor propensión al suicidio, el 80% de las personas en Occidente con VIH son homosexuales”, ambas falsas, tal como desarma Agencia Presentes.
Dar espacio o no a discursos de odio como el de Márquez representa un debate en sí mismo. Por el momento, me quedo con algo de esta reflexión de Fernando Rosso: “‘dar aire o no’, planteado así en abstracto es falaz: depende si te transformás en un instrumento de instalación de aquello que querés combatir o ‘tu aire’ sirve para lo contrario”. Es difícil además aislar el debate de un contexto en el que la homofobia es discurso oficial, que estigmatiza a diferentes sectores (pobres, migrantes, empleadas y empleados públicos), y es parte de una agenda económica que empeora las condiciones de vida de la mayoría de la población. Y acá una aclaración: homofobia no se reduce a condenar o criminalizar la homosexualidad, también lo es compararla con enfermedades, suciedad o presentarla como algo “antinatural”.
Cuando el poder desprecia, ridiculiza y demoniza, muchas personas sienten que sus prejuicios y a veces su odio son ley. Algo parecido sucede con la misoginia o la estigmatización de personas (sobre todo mujeres) beneficiarias de programas sociales o que llegan a la edad jubilatoria sin los aportes necesarios y dependen de medidas como la moratoria para tener una jubilación, entre otros. Aunque los argumentos sean distintos (“si sos gay te vas a morir”, “los planes sociales mantienen vagos”, “la moratoria beneficia gente que no trabajó, no deberían cobrar igual que vos”), el resultado es parecido: fragmenta luchas que están mucho más unidas de lo que parece. ¿O no tienen mucho en común un grupo de lesbianas que viven en condiciones precarias en una pensión con una jubilada que alquila y cobra la mínima o alguien que trabaja de forma no registrada? El testimonio de uno de los inquilinos de la pensión de Barracas lo resume muy bien: “en el hotel somos todos pobres, y ni trabajando a full llegás a fin de mes. Está jodida la vida”. ¿Por qué la sexualidad dividiría una lucha tan básica como que cada persona tenga un techo digno y una vida que no sea jodida?
Aunque no haya “causalidad mecánica” entre discursos y actos (en 2023, hubo 133 crímenes de odiorelacionados con la orientación sexual, la identidad o expresión de género, por encima de los 122 de 2022), la normalización de voceros como Márquez no es expresión de un nivel superior de “diálogo democrático” entre posturas diferentes, más bien le brinda un lugar de legitimidad a los “argumentos” falaces de los discursos de odio. No se trata de acercar posiciones o “no pasarse de rosca” (como se acusó al movimiento feminista), tampoco es algo que se solucione con leyes, nadie puede decretar el fin de la violencia patriarcal o la homofobia. Las leyes, a lo sumo, pueden paliar algunas consecuencias de la discriminación, reconocer las desigualdades que se reproducen todos los días en las democracias capitalistas. Eso no significa que todo de lo mismo: cada acción o discurso oficial erosiona lo conquistado y refuerza prejuicios reaccionarios.
¿Qué hacer? Hay demasiadas respuestas para esa pregunta (y a la vez muchas otras preguntas), por eso prefiero empezar por aquello que no deberíamos hacer, citando a la feminista bell hooks: “más que vincularnos sobre la base de una victimización común (...) tenemos que vincularnos sobre la base de nuestro compromiso político por un movimiento feminista que busca terminar con la opresión sexista”. Cuando se multiplican los agravios y el desprecio de la vida, cuando todxs somos blanco de ataques políticos y económicos, creo que es más relevante que nunca construir alianzas sobre bases políticas y no identitarias para pelear juntxs en los tiempos del odio.
Un teléfono, un rayo y la paja
El plan de despidos del gobierno de Javier Milei en el sector público amenaza con vaciar la línea 137, que atiende situaciones de violencia familiar y sexual y funciona las 24 horas del día los 365 días del año. A diferencia de otras líneas de asistencia, la 137 cuenta en la Ciudad de Buenos Aires con equipos móviles de profesionales que se desplazan ante una situación de violencia, cuando se solicita su intervención, entrevistan a la persona afectada y acompañan todo el proceso de denuncia. Despedir a las trabajadoras y los trabajadores que escuchan, contienen y acompañan a víctimas de violencia machista también es un mensaje oficial, con consecuencias cuya magnitud es imposible de medir pero no prometen nada bueno. En 2020, hablé con trabajadoras de la línea cuando estrenaron el documental Línea 137 (la línea, así como sus equipos, no dejaron de trabajar un solo día durante la pandemia y el aislamiento). ¿Sabés que Milei no es el primer presidente que intentó eliminar este programa? Mauricio Macri también quiso despedir a las trabajadoras y los trabajadores que están del otro lado del teléfono si vos, tu hermana, tu vecina o tu amiga llaman al 137.
El rayo es una obra de teatro de María Ucedo y Valeria Correa, podría considerarse teatro documental pero también “danza-teatro, un ensayo poético, teatro de lo real”, como dice Valeria escapando de definiciones rígidas. Mientras María explota en el escenario, se escucha el registro de una conversación con su mamá en la que indaga en qué momento se dio cuenta de que esa mujer ya no era solo una conocida con la que se tomaba un café. Lo más interesante de El rayo es volver sobre las historias sin la “presbicia familiar”, en la palabras de María, con la que miramos muchos vínculos y asomarnos a la vida de las mujeres cuando el divorcio dependía de la voluntad del marido y aún así rearmaban sus vidas, tenían trabajos, criaban a sus hijos solas o casi solas y a veces vivían amores que existían a pesar de no ser dichos.
Empiezo y termino esta entrega con un poema. Un rumor entre los árboles es una selección de poemas de Emily Dickinson (Alquimia). En sus páginas pueden leerse las estrofas en inglés y castellano y es un poco como espiar el herbario que armó Emily durante su estadía en Amherst, una especie de literatura botánica y un pacto secreto con la naturaleza, ante cuya sencillez somos impotentes, robándole un verso. Lo que más me gustó, además de su promesa a los petirrojos, es el refugio que hay en cada poema. “E incluso cuando muere, lo hace / en un olor divino, / como si condimentos fuesen a dormir, / o si fuesen amuletos hechos de pino. / Luego habita granjas y graneros, / y sueña con los días pasados, / tan poco hace el césped, /como me gustaría ser paja!”.
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