2/7/24

Las minas y el orgullo


Hace cuarenta años, más o menos un día como hoy, un chico que trabajaba en la cocina de un hospital decidió poner un aviso clasificado en Capital Gay (un diario gratuito de la comunidad LGBT) para organizar una reunión. Había estado en la Marcha del Orgullo en Londres y le llamó la atención que tanta gente colaborara con los mineros en huelga. “Al final, había una cantidad espantosa de gente que  odiaba a Thatcher tanto como nosotros”. Esto lo cuenta Mike Jackson en Pride. The Unlikely Story of the Unsung Heroes of the Miners’ Strike, un libro sobre la historia real que inspiró la película Pride. Si no la viste, recomiendo que corras a hacerlo: un grupo de lesbianas y gays organizan una campaña solidaria con la huelga minera que había empezado en marzo de 1984, como parte del ataque generalizado de Margaret Thatcher contra la clase trabajadora y el pueblo británicos. La huelga duró un año, los mineros perdieron pero esa es solamente una parte de la historia. 

El chico que puso el aviso se llamaba Mark Ashton, venía de Irlanda del Norte, era militante de la juventud comunista y en Londres repartía su tiempo entre una línea telefónica de ayuda a jóvenes LGBT y diferentes trabajos. Once personas fueron a esa primera reunión, su objetivo era “organizar lesbianas y gays para apoyar al Sindicato Nacional Minero y en defensa de las comunidades mineras. Proveer ayuda financiera a los mineros y sus familias durante la huelga”. De esa primera reunión surgiría el grupo de lesbianas y gays en apoyo a los mineros (LGSM en inglés, Lesbians and Gays Support the Miners). Se conocían de otras reuniones, compartían actividades culturales, algunos habían participado en círculos socialistas, muchos venían de familias trabajadoras, todos sufrían las políticas de Margaret Thatcher. 

Enemigos y amigues

El gobierno que declaró la guerra a los mineros se refería a gays y lesbianas como enfermos y pervertidos. En las conferencias del Partido Conservador decían que la solución salvar a la sociedad y combatir el crimen era darle mayor poder a la Policía para “acosar y atemorizar” a la minoría que no consideraban “apta para ser salvada” (personas homosexuales y negras), en palabras del inspector Basil Griffiths. 

En ese clima, el gobierno de Thatcher anunció que reforzaría la persecución de los “actos homosexuales” que no estaban contemplados en la ley de 1967. Esa ley había descriminalizado parcialmente la homosexualidad; es decir, no era ilegal pero que dos hombres adultos conversarsan en la calle o intercambiaran números de teléfonos era motivo suficiente para ser arrestados (como en otras legislaciones, el foco era la homosexualidad masculina). Después del anuncio, la Policía invadió una fiesta privada en Londres y detuvo a 37 hombres acusados de actos homosexuales en un lugar público (porque no estaban en su casa).

La persecución no terminaba ahí, la humillación en los medios de comunicación era clave. El diario The Sun era la avanzada de los prejuicios reaccionarios y vocero de las políticas de odio oficiales. Podía titular “La plaga gay de la sangre de Estados Unidos mata a tres en Gran Bretaña” o publicar “un hombre gay visita a sus padres y les dice que tiene una buena y una mala noticia. La mala es que es gay. La buena es que tiene VIH”. El mismo diario llegó a publicar que las políticas recriminalizadoras eran parte del combate contra el VIH (cuando explotaba la crisis del virus en todo el mundo). 

Las lesbianas y los gays vieron en los primeros artículos contra la huelga minera en diarios como The Sunlas mismas herramientas que usaban contra ellos. En el libro Pride, varias personas recuerdan eso cuando buscan el punto de partida, reconocerse en una lucha que enfrentaba, como ellas y ellos, el desprecio y el odio de los medios y el gobierno. Nicola Field cuenta que los años 1980 estaban marcados por los ataques de Thatcher, ella participaba de las marchas por el derecho al aborto, en apoyo a las enfermeras y contra los recortes de la salud. La define como “una época en la que empezabas a tomar partido”. 

Colin Lewis dice que “fue la experiencia con lo que Thatcher nos estaba haciendo lo que nos llevó a apoyar a los mineros. Fue la solidaridad. Teníamos que estar juntos. Hablaban de ‘la izquierda chiflada’ -sobre todo entre el Partido Conservador y sus amigos en los medios. Yo veía lo contrario: veía a la derecha delirante, que inventaba historias de terror completamente ridículas (...) que el objetivo de los derechos gay era poner homosexuales en los jardines de infantes para adoctrinar a niños y niñas”. 

Me gustan varias cosas de esta historiaLa LGSM no empezó de cero, combinaba (nunca sin discusiones) las ideas y experiencias de sus integrantes con diferentes tradiciones y trayectorias militantes; esa combinación potenció la idea de Mark. La lucha contra el machismo o la homofobia no va por un carril separado, enriquece y fortalece todas las luchas, las políticas, las económicas, las sociales. La lucha para vivir libremente nuestras vidas y poder expresar tu identidad como quieras no es individual y aislada. Al revés, solamente peleando de forma colectiva podemos acercarnos a esa libertad, que es la misma con la que sueña la mayoría. Ahora que lo pienso, lo que más me gusta de la historia de esas lesbianas y gays de 1984 en el Reino Unido es que reconocieron en el odio contra los mineros el mismo odio con el que los habían tratado siempre y respondieron de forma original. Crearon una alianza potencialmente mucho más fuerte, que no terminó con la derrota de la huelga y empezó una historia nueva cuando los mineros llegaron a la marcha del Orgullo del año siguiente. La alianza que habían creado seguía viva

Parece algo obvio unirse con aquellos que son atacados igual que vos pero te dicen lo contrario todos los días. Te dicen que alguien que necesita asistencia porque no puede comer vive a costa tuya, que alguien que trabaja informalmente merece vivir de forma miserable cuando llega a la edad de jubilarse, que no te afilies al sindicato, que no hagas política, que no vayas a la marcha, que cuides lo tuyo y no aspires a nada más que subsistir y la promesa de una democracia cada vez más desigual y restringida en la que los únicos libres son los ricos y el resto vivimos en muchas cárceles. 

Políticas del odio, otra vez el cristal y la importancia de un nombre 

El gobierno de Javier Milei desmanteló la línea 144 y otros programas del exminsiterio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Con tono de triunfo, el ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona informó que despidieron al 85 % de “los empleados del exMinisterio de la Mujer” y que el resto pasará a la Dirección de Protección a la Familia, donde “asistirán a TODOS los argentinos que atraviesen una situación de violencia y riesgo”. En medio de una nueva ola de despidos (que deja sin sustento a personas de carne y hueso y sus familias), el acento de las mayúsculas muestra el verdadero objetivo: retroceder en el reconocimiento de la violencia patriarcal como un asunto social y público y devolverlo a la esfera privada de la familia(reconocimiento conseguido por la movilización de las mujeres) y deslegitimar las políticas públicas que buscan paliar algunas de las consecuencias de la violencia machista. 

¿Se baja Biden? Después del primer debate presidencial en Estados Unidos, es cada vez más fuerte el clamor de que el actual presidente Joe Biden tiene que bajarse o se arriesga a una derrota segura con Donald Trump. Nadie sabe qué pasará pero la mayoría de los nombres que circulan son de mujeres. De la actual vice Kamala Harris, pasando por Michelle Obama, hasta una improbable Hillary Clinton. Creo que está bastante saldado el debate sobre “las mujeres gobiernan mejor” (siempre a favor de debatir, pero no empecemos de cero). En lo primero que pensé fue en los “acantilados” o “precipicios” de cristal (glass cliff en inglés). Ese es el nombre que se usa para explicar por qué las mujeres son más elegidas que sus pares varones en momentos críticos. No es una defensa, solo para decir que nadie da puntada sin hilo. 

“‘¿Cuál es tu verdadero nombre? ‘Mirtha, mi verdadero nombre es el que siento, el que quiero, y es Cris Miró’”. Ese y otros diálogos icónicos aparecen en Cris Miró (Ella), la serie basada en el libro Hembra. Cris Miró. Vivir y morir en un país de machos de Carlos Sanzon, con guión de Lucas Bianchini y Martín Vatenberg. Cuenta una parte de su vida, con un tono perfecto ni banal ni testimonial. Algo que me gustó es la combinación entre la llegada de Cris a la calle Corrientes, sus desafíos (que hoy pueden parecerte modestos pero no lo fueron) en los medios que se dividían entre el morbo y la indignación, el VIH y la derogación de los edictos policiales. Mina Serrano interpreta a Cris y casi parece ella, tanto que tuvo que escuchar la misma pregunta de Mirtha Legrand, “¿es tu verdadero nombre?”, y respondió con la misma templanza y elegancia de quien sabe que la verdad está de su lado. 

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