16/7/24

El sueño americano


 

El sábado 13 de julio el intento de asesinato de Donald Trump cambió el tono de la campaña marcada por los achaques del actual presidente Joe Biden. Muchas cosas cambiaron desde la última elección en 2020 pero los candidatos son los mismos, algo que habla de la crisis que atraviesa la democracia estadounidense, degradada y polarizada. Varias voces quieren sacarse de encima a Biden, pero hasta hoy el establishment demócrata mantiene a su candidato. Los republicanos concentran su batalla contra la migración y “la izquierda” (las comillas son porque es una entidad demasiado amplia) y bajan el tono de la guerra contra el derecho al aborto y el matrimonio entre personas del mismo género. La plataforma de Donald Trump de 2020 (réplica de 2016) incluía promover la prohibición federal del aborto después de la semana 20 de gestación y mencionaba 35 veces de la palabra aborto. En la versión puesta a discusión desde este lunes en la convención de Milwaukee se menciona una sola vez. 

La anulación del fallo Roe vs. Wade en 2022 (que explica algo del cambio) fue solamente una parte de la historia de la fragilidad del fallo, que se hizo evidente cuando la Corte Suprema volvió a criminalizar el derecho a decidir de las mujeres y las personas con capacidad de gestar (nunca se impulsó una ley que proteja ese derecho, ni siquiera cuando el partido Demócrata -defensor de palabra- tuyo mayoría en el Congreso y el Senado). Como alertaron las organizaciones feministas y que protegen los derechos reproductivos, la criminalización no redujo los abortos. Durante 2023, se registraron 1,037,000 interrupciones en el sistema de salud, el pico más alto de la última década. Hoy en 14 estados de Estados Unidos el aborto está prohibido en todos los casos, lo cual empuja a la mayoría de sus residentes a opciones inseguras o que implican traslado (multiplicando la desigualdad en el acceso a la salud de las mujeres pobres).

El tono suavizado de la guerra contra el derecho al aborto (que continúa por otros medios) no fue tan bien recibido por los sectores religiosos conservadores, que patalearon pero terminaron sonriendo para la foto porque sienten que quedó reflejada “la visión de Ronald Reagan”. Me gusta cuando nombran a Reganporque es una expresión muy gráfica de lo que representa el aborto para el partido Republicano: una oportunidad. Mientras oponerse no rendía electoralmente, no le dieron mayor importancia o impulsaron y apoyaron despenalizaciones. El propio Reagan cuando fue gobernador de California en 1968 promulgó una de las leyes más progresivas y en la campaña presidencial de 1980 cambió su discurso, motivado por la cantidad de votos que representaba la reacción conservadora a la movilización feminista de los años previos. 

La nueva plataforma republicana también elimina la condena al fallo de la Corte Suprema que garantizó el derecho al matrimonio entre personas del mismo género en 2015. En su lugar, habla de promover “la cultura de valores y la santidad del matrimonio, la bendición de los niños, el rol fundamental de las familias” y sostendrá prohibiciones más o menos simbólicas para frenar lo que denominan el avance de la “ideología de género”

Con la sangre cayéndole por la mejilla y al grito de “¡Lucha!”, Trump se prepara para ser nominado como un candidato más centrado. Y el los republicanos apuestan a disputar en mejores condiciones el electorado de los estados conocidos como “péndulo” (en inglés swing states) por no tener identidad partidaria definida, menos proclives a discursos extremos. 

¿A qué voy con esto? A que siempre es una buena idea evitar conclusiones apuradas sobre aquello que moviliza el voto a candidatos con discursos reaccionarios en determinados momentos, qué lugar ocupan en el electorado y qué expresan. Como se vio en varias elecciones recientes, la apelación a la nostalgia conservadora, la defensa de la familia y los valores tradicionales son instrumentales para los partidos y significan cosas diferentes para las personas que emiten su voto (que incluso puede variar de una instancia electoral a otra). Dicho de otra forma, la reacción puede alimentar opciones electorales pero eso no equivale a una adhesión total ni a que haya que moderar luchas o reclamos, hacerlo no la evita y desarma las posibilidades de enfrentarla. 

Hablando de esto, la semana pasada circuló una entrevista en el canal Cenital a Guillermo Moreno, exsecretario de Comercio de los gobiernos kirchneristas y representante de un ideario conservador peronista, que propone alejarse de los excesos feministas y los pecados progresistas, señalados por muchos como responsables convenientes de la derrota electoral de 2023. La sorpresa no es Moreno sino lo que habilitan las conversaciones, como la conclusión de que era posible evitar a Milei si se moderaban, por ejemplo, las aspiraciones de las mujeres (con la misma lógica, deberíamos haber renunciando a derechos básicos como no ser consideradas menores de edad, estudiar, trabajar, votar o divorciamos, hoy indiscutidos aunque todos provocaron reacciones posteriores). 

Agrego algo más: los términos que se aceptan, como la idea de minorías constantes y absolutas, escindidas de la mayoría de la población, y que cualquier discusión relacionada con derechos democráticos sea un tema de minorías y nichos. Y este último problema no es solo de los conservadores, porque en el ejemplo que mencioné es el periodista el que equipara en su cuestionario una ley que elimina la discriminación de parejas homosexuales (un sector minoritario hoy en esta sociedad) con la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que afecta la vida de las mujeres y las persona con capacidad de gestar, muy lejos de ser una minoría. 

La Francia revolucionaria, la señora y el niño 

El 14 de julio fue el aniversario de la Revolución francesa, uno de los puntos de partida del movimiento feminista. Las mujeres participaron, fueron protagonistas de la revolución, pero cuando se redactó la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, fueron excluidas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hay muchas historias, una de mis favoritas es la de Claire Démar, que vivió la reacción napoleónica después de la revolución. Era periodista y militante del movimiento sansimoniano (Henri Saint Simon fue uno de los fundadores del socialismo utópico). Escribió el Llamamiento de una mujer al pueblo sobre la liberación de la mujer (publicado luego de su muerte) que, entre otras cosas, critica el matrimonio y el prejuicio de que la crianza recaiga en las mujeres y habla del deseo femenino. Algunos pasajes podrían sonar en debates del siglo XXI: “Sí, la liberación del proletariado, de la clase más pobre y numerosa, no es posible, estoy convencida de ello, si no es mediante la liberación de nuestro sexo”. Sobre la Francia actual, aunque se escapa de la agenda de esta newsletter, te recomiendo este artículo de Juan Dal Maso porque muchos de los temas que leés acá tienen que ver con la construcción de voluntades colectivas y el lugar que ocupan nuestras luchas y demandas en esos frentes que llaman a combatir el mal mayor aceptando males pequeños en cómodas cuotas. 

La señora Phyllis Schlafly es la arquitecta de una idea muy de moda hoy en los discursos de las nuevas derechas. La militancia de Schlafly moldeó gran parte de los valores conservadores y la reacción al feminismo y el movimiento LGBT: la centralidad de la familia, la recuperación del rol de la mujer como madre y el consiguiente rechazo al derecho al aborto y la liberación sexual. Es la protagonista de la serie Mrs. America, de donde me robé la idea para bautizar estas entregas. En uno de sus episodios Gloria Steinem habla de una discusión con Betty Friedan (ambas dirigentes del movimiento feminista en la vida real) y dice: “Somos un movimiento político, no una hermandad”. 

El niño resentido (Penguin Random House) reúne relatos de la infancia y la adolescencia de César González en la villa Carlos Gardel. Algo así como un libro de aventuras crudas y reales, narradas con vértigo, sin explicaciones ni promesas de redención. Los textos de no ficción caminan siempre sobre un borde, hay demasiadas tentaciones (alimentar el morbo, invitar a la condescendencia o la condena) y César las evita con elegancia y sinceridad. Me parece una invitación a pensar más allá de las etiquetas o las falsas dicotomías: qué dejaron las catacumbas sociales del menemismo, el 2001, qué significa (qué puede hacer y qué no) la escuela, el trabajo y la plata. También me interesaron las imágenes sobre el consumo y la identidad, una relación aceptada y naturalizada en el capitalismo si sos de clase media o alta (a nadie le parece raro que gastes plata en objetos que te definen de alguna forma), y negada a las clases trabajadoras, a las personas pobres. Si sos pobre, te dicen, solo tiene que interesarte sobrevivir. 

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