30/7/24

Faltan huevos


No sé si alguien lo esperaba, pero la apertura de los Juegos Olímpicos 2024 no fue una tregua para el presidente francés Emmanuel Macron (con suerte, un respiro). Hubo sabotaje al sistema de trenes, denuncias de espionaje deportivo, curas ofendidos y hasta reclamos por la escasez de huevos en la villa olímpica. Si te guiás por el pataleo de la derecha, pareciera que Macron lidera un Estado borracho de progresismo, diversidad e inclusión pero después ves la prohibición a las atletas francesas de llevar velo o hiyab, la “limpieza social” de París o la política represiva del gobierno y se te pasa. 

No voy a negar que disfruté la banda de heavy metal Gojira y la María Antonieta degollada cantando “Ah ça ira”, un himno de la revolución francesa (con los reyes de España en la tribuna). El espectáculo también incluyó una performance que evocaba La Fiesta de los Dioses de Jan van Bijlert con drag queens (señalada como una falta de respeto a “La última cena” de Leonardo Da Vinci) en medio de un desfile LGBT, mientras las delegaciones olímpicas navegaban por el Sena. Y entre varios números musicales, estuvo Aya Nakamura, la cantante francesa más escuchada en el mundo y que la derecha odia por ser negra, originaria de Mali, haber crecido en un barrio popular y mezclar el francés con otras lenguas. Hubo un abanico muy amplio de quejas: autoridades de la Iglesia, líderes conservadores europeos y referentes de la ultraderecha francesa como Marion Maréchal del Frente Nacional, que se refirió a la apertura como “pura propaganda woke” (un equivalente a nuestro progre). Más allá de los gustos personales, diría que lo de Macron va más por el lado del neoliberalismo progresista, un traje que le encanta y no se cansa de usar. 

Creo que es importante diferenciar la indignación de las derechas con el “wokismo Macron” de lo que realmente constituye sus políticas y la crisis que atraviesa su gobierno. Menos vistosos pero mucho más incómodos fueron los reclamos por la presencia del Estado de Israel mientras perpetra el genocidio en Gaza o los símbolos anticoloniales como la delegación argelina arrojando flores al Sena para recordar la masacre de 1961 (se estima, según los registros, que entre 70 y 200 personas fueron asesinadas y varias fueron arrojadas al río. Sí, como hicieron los militares durante la dictadura en Argentina). A ver cuánto le dura este respiro olímpico a Macron. 

Lo primero es la familia 

Hablando de gente indignada en clave “pánico moral”, Andrea Torricella habla de esto y explora la centralidad de la cuestión de género en las nuevas derechas en el capítulo “La reacción cultural y la cuestión de género” en Desquiciados. Los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha (Siglo XXI), coordinado por Alejandro Grimson, y creo que da en el clavo cuando dice que es el aglutinante de sectores muy heterogéneos. La “oposición al género”, explica, “se ha convertido en un clivaje político y electoral que forma parte del proceso de erosión de las democracias”. Defender a los niños y las niñas y devolverle a la familia su rol de autoridad moral ofrecen una narrativa atractiva para justificar recortes de políticas públicas y acompañan la idea de “limitar los alcances de la autoridad estatal”. 

El texto apunta además a la preferencia de las nuevas derechas por discursos antifeministas más que misóginos (Marine Le Pen de Francia o la primera ministra italiana Giorgia Meloni son ejemplos de esa diferencia sutil pero importante). Defienden los roles de género tradicionales, se oponen a la diversidad sexogenérica y “niegan la existencia de la desigualdad de género como un problema social que afecta la vida de las mujeres”. Irónicamente, ellas mismas son resultado de décadas (y hasta siglos) de movilización y debate feministas, luchas por la emancipación y la igualdad. Y doblemente irónico es que Le Pen y Meloni significaron una revitalización de sus partidos, una especie de gender washing de la derecha, y hasta supieron manipular algunos discursos feministas. Sobre estos fenómenos, la socióloga Sara Farris habló de femonacionalismo y buscó entender cómo funcionaba la “cooptación de temáticas feministas por parte de los partidos de derecha en toda Europa, pero también entender por qué algunas feministas estaban expresando cada vez más sus prejuicios antiislámicos”.  

Así como esos discursos antifeministas y profamilia sirvieron de “pegamento simbólico” en las campañas electorales y de oposición, también cumplen un rol en las agendas de gobierno. Como alternativa a las políticas de igualdad, las nuevas derechas proponen “la transversalización de la perspectiva de familias, disputando así el marco de sentido de los derechos humanos. El familiarismo es un tipo de política que pone en el centro a la familia tradicional como fundamento de la sociedad y subsume los derechos reproductivos individuales a la demanda normativa de reproducción de la nación”. En Argentina, esta perspectiva sirvió para atacar simbólica y materialmente políticas públicas cuyo objetivo era eliminar discriminaciones o paliar desigualdades (hecho que no invalida los debates sobre sus resultados que, si venís seguido por acá, ya leíste más de una vez). Por ejemplo, la suspensión de programas dedicados a atender la violencia machista se complementó con la eliminación del ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y el traslado de la violencia de género a las áreas de familia, un retroceso de varias décadas de lucha y debate feministas. 

Hay que decir que las políticas familiaristas actúan sobre la tierra arrasada de décadas de austeridad neoliberal. Las mismas en las que avanzó la integración de discursos feministas a las agendas gubernamentales, la contradicción que bien señala Lindsey German en Material Girls: Women, Men and Work: “paradójicamente, la retórica del feminismo triunfó en una época en que las condiciones reales de vida de las mujeres han empeorado y fue utilizado para justificar políticas que las perjudicarían”. En este contexto, se “devuelve” a la familia tradicional un rol central y se la sobrecarga como garante casi exclusivo de la reproducción social. Torricella señala que “postulan la familia privada como la fuente principal de seguridad económica y la mejor alternativa integral al estado de bienestar” y eso representa una sobrecarga para la mayoría de las mujeres y las niñas, que siguen siendo las responsables del trabajo de cuidados no remunerado. 

Tiburones en el Sena, amantes en Belfast y la vida por delante

Si viste En las profundidades del Sena (Netflix) creo que coincidimos en que todo podría haber salido mucho peor en la apertura de París 2024. La película de Xavier Gens podría incluirse en el subgénero sharksploitation, nacido de la mítica Tiburón de Steven Spielberg de 1975, con un agregado de comentario social contemporáneo. Una vez que aceptás la premisa de que hay tiburones en París, es muy fácil sumergirse en las referencias al desastre climático y sus consecuencias, las ambiciones desmedidas de los políticos y las empresas. Dicho esto, si hay algo más inverosímil en la película son los policías rebeldes y diversos que enfrentan a la alcaldesa. 

El comienzo de Janet y Seamus en Belfast (Irlanda del Norte) no es un clásico de comedia romántica. En The Lovers Janet trabaja en un supermercado y está en lo más bajo desde que su marido decidió dejarla por otra mujer, Seamus vive en Londres y es un periodista de televisión, enamorado de su pequeña fama (que es más pequeña de lo que él cree). Las posibilidades de que el romance funcione son bajas pero sucede y ese encuentro trastoca el mundo de ambos, siguiendo el manual del género. Suena raro lo que voy decir pero The Lovers es una comedia romántica que aborda el conflicto irlandés y hasta se anima a algunas discusiones sobre las posturas políticas de las organizaciones y la violencia armada. Pero sobre todo, muestra cicatrices y prejuicios que están tan presentes que cada vez que alguien menciona las palabras “The Troubles” (el conflicto) el clima se enrarece. Se ve en Stremio. 

La vida por delante (Páginas de Espuma) es un libro de cuentos de Magalí Etchebarne. Son historias de cosas no vistosas pero vitales, de todo aquello que no es celebrado ni subrayado. Me gustó mucho que se detenga a contar pasajes que no necesariamente son los más alegres, sobre todo los finales de las cosas, momentos algo oscuros que ella cuenta de forma luminosa porque la vida es un poco así. Creo que leería una novela entera de las señoras del club de “Piedras que usan las mujeres”, que arman la siesta de los chicos en las sillas con una cartera de almohada, que arman trenzas de mujeres y miran el paso del tiempo de frente, y otra de la correctora de “Un amor como el nuestro”, que llama “alta costura” al control de cambios (porque me parece una imagen fabulosa). Antes de ganar el Premio Ribera del Duero, el libro se llamaba La madre, el trabajo, la muerte, el amor, no sé qué habrá motivado la decisión de titularlo con la frase que le dicen a una chica que lleva en el cuerpo el tatuaje de una tragedia, pero también dice algo del tono de estos cuentos. Muchas de las cosas que escribe Magalí tienen mala prensa porque van a contramano de los mandatos que mueven todo hoy pero sin la vejez, sin el detrás de escena, sin el desamor, incluso sin la muerte, no hay casi nada.

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