Cuando creés que no queda mucho por decir acerca de la denuncia por violencia de género de Fabiola Yáñez contra el expresidente Alberto Fernádez aparecen nuevas aristas. No sobre los hechos en sí mismos sino sobre las consecuencias políticas, las filtraciones y las guerras culturales en curso, por mencionar algunas. Más allá de la obvia utilización del gobierno de Milei, entre cuyos logros más visibles hoy está no ser Alberto Fernández, la denuncia profundizó y reabrió debates en sectores que apoyaron o formaron parte del gobierno del Frente de Todos. Hablé sobre esos diferentes usos de los feminismos en El Círculo Rojo (en clave de reaccionaria o como integración de determinados discursos a gobiernos autopercibidos progresistas).
A pesar del morbo y la hipocresía, creo que hay ideas interesantes y aunque los debates no son nuevos, vuelven en un contexto muy diferente, marcado por la reacción antifeminista (en el oficialismo pero no solamente). El desmantelamiento de las políticas relacionadas con la violencia de género o la eliminación del ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad tienen como principal objetivo atacar al movimiento social y político con mayor impacto durante los últimos años (lo del ahorro fiscal es un adorno). Este nuevo escenario representa también nuevos desafíos, entre ellos recuperar la calle, volver a poner en el centro las demandas de la mayoría de las mujeres y personas LGBT y algo vital, mantener la independencia política del movimiento feminista (para que nadie nos reduzca a porcentaje electoral ni chivo expiatorio de pecados ajenos).
Las consecuencias que prefieren no mirar. Debajo del morbo mediático y el ajuste de cuentas está la vida real. Cuando una persona famosa como Thelma Fardin o relevante como Fabiola Yáñez denuncia violencia sexual, psicológica o física, crecen las consultas, denuncias y pedidos de ayuda. Que la violencia patriarcal sea parte del debate público desnaturaliza las violencias que enfrentan las mujeres y personas LGBT todos los días, todavía a la sombra de prejuicios persistentes y discursos de odio oficiales. Las primeras en notarlo son las trabajadoras de la línea 144, vaciada orgullosamente por este gobierno. Según el informe de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, luego de los despidos “hay guardias de la línea que quedaron con solo dos trabajadoras a cargo, lo que hace imposible la sostenibilidad del servicio que se prestaba”.
Aunque no quieran verla, la violencia machista está. Mientras el gobierno festeja haber eliminado casi todos los dispositivos de atención a víctimas de la violencia machista, la tasa de femicidios de Argentina sigue siendo alta. El observatorio de femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación Argentinainformó que hubo 1 femicidio cada 29 horas durante el primer semestre de 2024. La provincia de Buenos Aires concentró la mayoría (60) de los 147 y Mar del Plata acumuló 4 en los últimos 3 meses.
Hablé con Rosa Mauregui, miembro de la agrupación Pan y Rosas en esa ciudad, sobre una movilización del viernes 9 de agosto que tuvo mucha menos prensa que las filtraciones de chats e imágenes de la ex primera dama. Varias organizaciones y familiares de víctimas de femicidios convocaron una marchadespués de que se confirmara “el femicidio de Rocío, que estaba desaparecida desde el pasado viernes y del fallecimiento de Betiana la misma semana, luego de agonizar 25 días en el hospital interzonal por las lesiones que le causó su expareja. Con ellas, son cuatro los femicidios ocurridos en los últimos meses, ya que también fueron asesinadas Talía y Verónica”. Habla de Rocío Fernández, Betiana Moreira, Verónica Martínez y Talía Aragón. Marcharon desde Luro y Mitre hasta la municipalidad rodeada de policías. Una de las que habló fue Marta Montero, mamá de Lucía Pérez, que “denunció al Estado y la Justicia como responsables de que los femicidios sigan ocurriendo y a la propia Policía que montaba guardia en la vereda … Nos llamó a no tener miedo, que el miedo nos paraliza, que las ‘calles son nuestras, son de las mujeres’. Que no tenemos que quedarnos en nuestras casas’”.
Los costos de ignorar la violencia machista son incalculables. Quizás este sea un punto de partida para volver al único lugar resistente a los silencios y los discursos de odio oficiales: la calle. La calle, que como dice Marta, es nuestra.
La moral, las pasiones y la vida secreta del presidente
El hecho más conversado estos días fue la filtración de videos privados en el despacho presidencial de la Casa Rosada (una invasión a la privacidad, que no deberíamos naturalizar sin importar la simpatía o antipatía por sus protagonistas). Esta no es la primera vez que la moral se mezcla en asuntos políticos y se equipara engañosamente a denuncias por corrupción, acoso o violencia de género (como en este caso). Ryan Murphy (me pongo de pie) le dedicó una entrega de su saga American Crime Story al escándalo que desató la denuncia de acoso sexual de Paula Jones contra el presidente Bill Clinton a fines de los años 1990 en Estados Unidos. En Impeachment se pueden ver ingredientes repetidos de estos escándalos: relaciones asimétricas, abusos de poder y mucha hipocresía. La serie se centra en la relación del presidente con la becaria de la Casa Blanca Mónica Lewinsky, que Clinton intentó mantener en secreto mientras la oposición republicana explotaba la indignación que provocó la relación extramatrimonial. El escándalo terminó teniendo más repercusión que la denuncia de acoso, incluyó una investigación del FBI y un juicio político. Bonus track: Sarah Paulson interpreta a Linda Tripp, que aportó pruebas clave y aconsejó a Lewinsky no lavar el vestido manchado de semen.
Las pasiones es la segunda novela de Felicitas Jaime reeditada por De Parado. Jaime fue escritora y periodista, militante feminista y una de las primeras mujeres de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina). La escritora Silvina Giaganti dice que su literatura “retuerce el sentido usual del discurso lésbico literario que se aloja, vaya si con motivo, en un espacio que a veces puede ponerse un poco grave, denso y solemne”, no para despreciar los relatos y la reflexión sobre los problemas sino para subrayar lo demás. Como en Cris & Cris, es escenario y protagonista una Buenos Aires que ya no existe pero también una ciudad que se resiste a morir a manos de la gentrificación que la vuelve monocromática y monoclasista. El corazón late en las historias de amor y de pasión de Bea, las noches de Lesbianópolis, el trabajo y los sueños publicitarios.
El presidente es una novela de César Aira (Mansalva, 2019). El presidente tiene una vida secreta que empieza cuando cae la noche y, como los sultanes en los cuentos orientales, se funde con la gente común en los barrios populares, donde “todos querían escapar de la realidad, que la pobreza volvía intratable. La tensión se sentía en el aire: era un campo de expulsión permanente. Los ricos en cambio, por vivir en un mundo de fantasía, amaban la realidad”. Suena a novela política pero no sería una descripción verosímil de Aira, que dice con ironía que no se encuentra en sus libros nada que tenga que ver con “los derechos humanos” o “ la soledad del hombre contemporáneo”. Sí hay delirios, conspiraciones y ensoñaciones que se mezclan con realidades difíciles de identificar pero inconfundiblemente argentinas, como un apagón o el patio de las palmeras de la Casa Rosada. Y un hombre providencial que acepta las “altas misiones espirituales” y el “sacrificio” de abandono de los afectos, aunque Xenia la eficaz o la Rabina aureolada marquen sus días y sus noches. “No querer nada era, después de todo, lo más parecido a querer ser Presidente. Y él no había querido ni siquiera eso. Lo habían elegido a falta de alguien mejor”. Pero no, nada que ver con la política argentina.
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