El 29 de agosto de 1968 el alcalde de Atlantic City recibió una carta que solicitaba permiso para protestar contra el concurso de belleza Miss America. El 7 de septiembre, se reunieron casi 200 feministas y militantes de los derechos civiles e instalaron un “tacho de basura de la libertad”, donde arrojaban corpiños, corsés, zapatos de taco y otros símbolos de los estándares de belleza femenina, que llamaban “instrumentos de tortura”. No fue la primera protesta pero sí un hito de la segunda ola feminista en Estados Unidos.
Unos días antes de la protesta, el diario The New York Post publicó el artículo de Lindsy Van Gelder. La periodista empezó con una analogía con las marchas contra la guerra de Vietnam: “prender fuego un carnet de reclutamiento o una bandera ha sido una táctica estándar de grupos de protesta en los últimos años, pero algo nuevo va a incendiarse este sábado. ¿Un corpiño en llamas?”, el editor eligió un título sensacionalista para llamar la atención: “Las quema corpiños planean una protesta contra Miss America”. Funcionó y con ese titular se instaló una imagen icónica aunque un poco engañosa y un estereotipo que usarían los sectores conservadores hasta hoy para deslegitimar las luchas feministas y aislarlas de la mayoría de las mujeres.
Lejos del retrato violento que construyeron los medios, las manifestantes recuerdan las miradas cómplices de las mujeres y la simpatía de mucha gente que paseaba por la rambla ese día. Después de la protesta, el mismo diario publicó “Las quema corpiños”, un artículo firmado por Art Buchwald: “la parte final y más trágica de la protesta tuvo lugar cuando varias de las mujeres quemaron públicamente sus corpiños”. Eso nunca pasó, pero la fake news ya estaba en marcha (lo único que pudieron comprobar es que hubo un pequeño incendio en la rambla ese día pero se extinguió enseguida). Buchwald escribió en el mismo artículo que las feministas querían “destruir todo lo que este país ama” y diagnosticó con tono solemne: “el disenso en este país ha ido demasiado lejos”.
A los diarios les encantaba publicar artículos sobre mujeres masculinas que querían destruir la familia y eliminar el “privilegio” femenino de ser madre y ama de casa. Decían que la igualdad por la que peleaba el movimiento de liberación iba a imponer baños mixtos y la homosexualidad (un clásico). Se asoció al feminismo de los años 1970 con la imagen de los corpiños en llamas para desprestigiarlo, sobre todo a las alas anticapitalistas y que confluían con trabajadores, trabajadoras y otros grupos oprimidos por su etnia o su sexualidad. Fue una forma de presentar a las alas de izquierda como destructivas y violentas y diferenciarlas de las feministas “sensatas” que terminarán integrándose a los gobiernos más o menos directamente. Esa integración consistió en incorporar funcionarias, dar apoyo electoral o pasivizar el movimiento, es decir, alentar la institucionalización de las demandas y la confianza en la intervención estatal como mecanismo para paliar las desigualdades en lugar de privilegiar la lucha contra el sistema social que las genera.
La reacción antifeminista modelo Argentina 2024 usa mecanismos similares (ellos no lo saben, pero siguen la receta de una mujer, Phyllis Schlafly). Con algunas variaciones, el objetivo es casi idéntico: demonizar y deslegitimar la lucha contra la opresión. El periodista Buchwald de 1968 decía que las feministas querían “destruir todo lo que este país ama”. Acá hablan del “curro feminista”, del feminismo como bloqueo del crecimiento económico y la “agenda sangrienta” del aborto (de particular impacto en Argentina por la conquista histórica del aborto legal, seguro y gratuito).
Las demandas del movimiento feminista pueden tener apoyo más o menos masivo en diferentes momentos, pero si mirás de cerca te vas a dar cuenta de que muchas veces la movilización de las mujeres y las personas LGBT sirve de canal de expresión del hartazgo popular. Pasó en 2015 en las marchas de Ni Una Menos, pasó entre 2016 y 2018 en Argentina pero también en Chile, México, Estados Unidos, Polonia, el Estado español o Francia, por mencionar solamente algunos países donde el 8M y otras fechas tradicionalmente feministas se convirtieron en marchas masivas. A esa confluencia le temen los libertarios y todos los gobiernos (incluso los que muestran credenciales progresistas, porque a ningún gobierno le gusta que cuestionen sus prioridades). En el movimiento feminista hay diferentes perspectivas, no tiene sentido ignorarlo e ignorar que el silenciamiento de los debates en nombre de prevenir un mal mayor (“no seas funcional a la derecha”) explica una parte de la debilidad actual del movimiento social y político más relevante de los últimos años. ¿No es urgente discutir cómo volvemos a la calle y enfrentamos la reacción antifeminista que mueve la agenda oficial hoy?
El odio, Victoria presidenta y el escuerzo
Después de una semana de internas salvajes y crisis política, el gobierno de Milei decidió desquitarse con las jubiladas y jubilados que cobran la mínima (adiviná si la mayoría son mujeres) y vetar el aumento módico que resultaría de la nueva ley de movilidad votada en el Congreso y el Senado. Otro blanco predilecto del odio oficial volvió a ser noticia con los nuevos requisitos del plan Acompañar, suspendidodesde diciembre de 2023 (no se otorgó un solo programa de acompañamiento a mujeres y personas LGBT que atraviesan situaciones de violencia machista). La modificación consiste en recortar el plazo de la asistencia económica de 262.432 pesos (salario mínimo vital y móvil) de seis a tres meses y sumar un nuevo obstáculo para solicitar esa asistencia, realizar la denuncia policial o judicial (siempre fue obligatorio acreditar la situación de violencia de género pero no era necesario acudir a la Policía o el poder judicial). No es un detalle, ¿cuántas mujeres van a pensar dos veces antes de ir a la comisaría, donde suelen desestimar su denuncia y son revictimizadas? No importa lo que digan, esta modificación no afecta a “las feministas”, es una política contra las mujeres pobres que son la mayoría de las beneficiarias.
El día de las elecciones lo pasó presa por hacer enojar a un cura con bastante prestigio por su apoyo al sufragio femenino pero que se la pasaba haciendo sermones contra el amor libre. La arrestaron por exponer la doble moral del pastor Henry Ward Beecher al hacer pública una relación extramatrimonial. Pero lo más llamativo de esta historia es que Victoria Woodhull era candidata a presidenta en esas elecciones de 1872, la primera mujer de Estados Unidos. En una conferencia en el Steinway Hall de Nueva York, donde fueron a escucharla 3.000 personas porque se sabía que era una oradora tremenda, dijo: “tengo un derecho inalienable, constitucional y natural a amar a quien quiera, a amar durante el tiempo que pueda, a cambiar ese amor cada día si me place”, y entre aplausos y abucheos agregó: “tengo además el derecho a exigir un ejercicio libre y sin restricciones de ese derecho, y es su deber no solo concedérmelo sino también, como comunidad, velar por que yo esté protegida en él”. A diferencia de las sufragistas más conocidas, Victoria no venía de una familia rica y siempre había trabajado, insólitamente tuvo un paso muy exitoso por Wall Street y fundó una revista con su hermana, que publicó la primera edición en inglés del Manifiesto Comunista de Karl Marx. ¿De qué otra Victoria hablaría yo? ¿Quién soy? ¿Mayans?
“—Has de saber —le dijo— que el escuerzo no perdona jamás al que lo ofende. Si no lo queman, resucita, sigue el rastro de su matador y no descansa hasta que pueda hacer con él otro tanto”. Este diálogo está en el cuento “El escuerzo” de Leopoldo Lugones publicado en 1897. La frase aparece, casi textual, en las primeras escenas de El escuerzo, una película de terror de Agustín Sinay, que sigue la historia de Venancio, un gaucho de las sierras apurado por la guerra a hacerse adulto. La guerra es la Guerra del Paraguay por la que la leva se llevó a su hermano, proveedor del rancho que comparten con su madre, a la que se le nubla la vista cuando se entera del encuentro con la criatura. El viaje de Venancio a la posta de trueque se transforma en una película con muchas más capas que cualquier etiqueta de género y lleno de referencias de la literatura y el cine nacionales. Los ritos y las invocaciones, el cura y la hechicera, los fantasmas de la noche con los cuatreros y los sueños de los días con Catalina navegan las sierras y los valles cordobeses. Si estás en Buenos Aires, quedan algunas funciones en Cacodelphia, pero además la película se ve en su Córdoba natal y gira por el país.
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