12/11/24

¿Y si los hombres no votaran?

 

La noche misma de las elecciones en Estados Unidos empezaron a circular posteos en redes sociales que proponían suspender el voto masculino. Algo de esa conversación, en clave de humorada o enojo, tiene que ver con el protagonismo de los varones, sobre todo jóvenes, en el voto a opciones de derecha y ultraderecha. Puede sonar tentador como respuesta sencilla y rápida pero no hay “batalla de los sexos”.

No descubro la pólvora si digo que la economía pesó mucho en el voto a Donald Trump (además de la migración, como temas casi excluyentes), incluso entre grupos que suelen inclinarse por candidatos demócratas. Y no es la primera elección más alimentada de descontento y desilusión con el oficialismo que de simpatía ideológica con la oferta opositora. Aunque suene obvio, varios análisis pre y post elecciones indican que se esperaba que determinados grupos votaran de determinada forma por su género, su etnia o su origen y menos por su clase o combinaciones entre ellos. 

Sobre esto, me pareció interesante la observación que recupera Juan Elman en una de las entregas de su cobertura: “los votantes de las minorías votan mucho más en función de la clase económica que en función de la raza y la etnia. El partido que sea capaz de captar los corazones y las mentes de una clase trabajadora multiétnica será el partido dominante de la próxima generación”. Y sobre este elemento, subrayo además que la clase trabajadora estadounidense hoy está lejos del estereotipo del varón blanco con un empleo industrial full time; al contrario, es una clase más diversa en términos de género, etnia y origen y está mucho más fragmentada con respecto a la calidad del empleo y las áreas estratégicas.

(El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca implica muchas más cosas. Para todo eso, te recomiendo este especial de Red Internacional en La Izquierda Diario +.)

Las mujeres, ¿qué mujeres?

Las mujeres somos un grupo heterogéneo. Otra obviedad, pero la sorpresa por el voto de las mujeres blancas (la mayoría de las mujeres) a favor de Trump, especialmente entre aquellas sin título universitario e ingresos medios/bajos, parece indicar que se esperaba que votaran según su género y contra lo que representaba Donald Trump para los derechos de las mujeres y las personas LGBT. De hecho, fue una de las apuestas de la campaña de Kamala Harris para movilizar el voto femenino (aunque los propios demócratas neutralizaron las protestas contra la anulación del fallo Roe vs. Wade, la única y frágil protección del derecho al aborto). Sin embargo, la contraposición entre expresar el malestar con la economía y defender los derechos nunca fue automática (esta vez tampoco), como se vio en los estados donde votaron ampliar o mantener el derecho al aborto y a la vez ganaron los republicanos. 

No hay sorpresa: las mujeres blancas votan republicanos hace décadas, “en los últimos 72 años, la mayoría de mujeres blancas votaron al candidato demócrata solamente dos veces, en 1964 y en 1996” [Lyndon Johnson y Bill Clinton, respectivamente]. Y las tres veces que Trump fue candidato, siempre lo prefirieron, en contraste con las mujeres negras, latinas y asiáticas. Y aunque más mujeres en general se inclinan por el partido Demócrata, Kamala Harris realizó la peor elección (explicado por la caída entre mujeres blancas y en menor medida entre latinas): Hillary Clinton consiguió una diferencia de 13 puntos porcentuales en 2016, Joe Biden de 15 en 2020 y Harris de 8 en 2024.

¿Qué define el voto de las mujeres? Depende qué mujeres. Las respuestas serán necesariamente múltiples e implicarán muchas preguntas (las mismas que le harías a los varones o cualquier otro bloque electoral, que incluye a su vez múltiples determinaciones). 

Divorciate de tu marido, dejá a tu novio

A pocos días de la elección aparecieron noticias relacionadas con tendencias en redes sociales (aun considerando sesgos y sobrerrepresentaciones, creo que hablan del momento). Algo que conocemos de cerca en Argentinala extensión de mensajes misóginos, amplificados por el respaldo oficial. Sobre esto, un análisis destacó el aumento exponencial de frases como “tu cuerpo, mi decisión” y “volvé a la cocina” en TikTok y en X. También aparecieron mensajes racistas convocando a jóvenes negros a “recoger algodón” en la plantación, en referencia al pasado esclavista de Estados Unidos. Acá tampoco hay sorpresa: el triunfo de Trump se siente como reivindicación y huele a revancha para sectores reaccionarios.

En otro sentido, aparecieron llamados a emular el movimiento 4B de Corea del Sur, que consiste en no relacionarse con varones (los 4 NO: no citas, no sexo, matrimonio, no hijos). Desde el mismo día de las elecciones, se multiplicaron las búsquedas en Google y fue uno de los temas más relevantes durante los días subsiguientes. Muchas mujeres jóvenes sienten que el voto a Trump es un voto contra de sus derechos, a favor de la discriminación y el machismo. ¿Hay algo de eso? Seguramente. Hay una porción de votos ideológicos y también hay brechas de género, pero ni son unidimensionales ni tienen que ver con la genética o la biología sino con cómo vivimos en las sociedades capitalistas. Esto también parece obvio pero creo que la distinción es importante porque implica estrategias y perspectivas diferentes en la lucha contra la opresión y la desigualdad. En sí mismo, el movimiento 4B representa una estrategia impotente, no resuelve ningún problema. Sin embargo también podría ser antesala de un resurgir de la movilización, ¿por qué no? 

Alianzas 

Me permito un paréntesis de ficción porque la segunda temporada de La ley de Lidia Poët, inspirada en la vida de la primera abogada italiana, habla sobre esto de alguna manera. Siempre hay cosas para conversar sobre estas producciones, sobra alguna romantización y tiene alguna imprecisión pero me quedo con una escena de Lidia Poët que choca de forma sugerente con la idea de “batalla de los sexos” y la reducción de las luchas feministas a un enfrentamiento con los hombres. 

Enrico, hermano de Lidia, acepta la candidatura al parlamento para colaborar con la pelea por el voto femenino (en auge en la Europa de la transición de los siglos XIX y XX). Cuando le ganan los nervios, Enrico improvisa una respuesta a los detractores que lo desprecian por apoyar la causa femenina, lo acusan de ser vocero (pollerudo) de su hermana, y él responde orgulloso de la lucha que siente propia. Y la alianza no equivale nunca a no debatir, no discutir los prejuicios o cuestionar a los propios aliados y aliadas (hay diferencias políticas, actitudes machistas y todo lo demás también). 

Esas escenas de ficción son parte de historias reales que, además de millones de anónimos, involucró a militantes abolicionistas como Frederick Douglass en Estados Unidos o socialistas como el líder irlandés James Connolly, que apoyaron abiertamente el derecho al voto de las mujeres (además de la Revolución rusa de 1917 que tuvo en la emancipación femenina uno de sus pilares y cuyos ecos empujaron la conquista del derecho al voto, en otros, en la Europa contemporánea). No es solidaridad únicamente, forma parte de las luchas por la emancipación, contra el racismo, el colonialismo y también por transformar la sociedad.

Me parece un lindo recordatorio en estos tiempos cuando quieren convencernos de que vivimos rodeadas y rodeados de enemigos y que la única acción posible es votar a esa persona que (dice) solucionará tus problemas, aplastando la cabeza de gente muy parecida a vos, con problemas muy parecidos a los tuyos. Que nuestras demandas son legítimas y merecen ser parte de cualquier agenda contra la desigualdad de las sociedades capitalistas, por las que vale la pena discutir, pelear y convencer a la mayoría. Y sobre todo, es un recordatorio de que las fuerzas para defender los derechos que conquistamos (y nunca nos regalaron), para soldar alianzas y revitalizar nuestra lucha contra la opresión no tienen que ver con la biología o la genética, son sociales y son políticas.

Parroquiales

Salió un nuevo episodio de Fuera del algoritmo, un programa en el que tratamos de escaparnos un rato de la tiranía de las plataformas con Ariane Díaz. Hablamos de Los últimos días de Julio Verne (VR Editoras) de Sergio Olguín, La Comuna de Peter Watkins y algunas asociaciones libres. Y escribí sobre la película La sustancia, gracias a la invitación (¿y provocación?) de Pablo Makovsky (que me lleva la contra acá) y la gente de Revista Rea. 

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