Si digo jeans y mujeres, en lo primero que pensás es en publicidades, modelos y más publicidades. No sos vos, es la relación que se fue construyendo entre las mujeres y la ropa. Objetos para admirar, objetos para consumir, objetos. Pero esta es otra historia.
Si fuera 1981, mañana la tapa del diario Greenock Telegraph diría “Salvaron los empleos de Jeans Lee”. Sería una de los pocos triunfos que leerías ese año.
El neoliberalismo daba sus primeros pasos de la mano de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Greenock (Escocia) había sido conocida como la ciudad del “azúcar y los barcos”, por la refinería Walker y sus astilleros. La desindustrialización la transformó en zona de desempleo y recesión. El gobierno ofrecía beneficios a las empresas que se instalaran en la ciudad. Vanity Fair llegó para producir su joya más preciada: los jeans Lee representaban dos tercios de sus ganancias de casi trescientos millones de dólares. No les iba nada mal. En febrero de 1981, la empresa anunció el cierre sin previo aviso. Ofrecieron una indemnización pero las trabajadoras la rechazaron, votaron la huelga y ocuparon la planta.
La mayoría eran mujeres jóvenes y la mitad llevaba el único ingreso a su casa. Sabían que había 18 personas desempleadas por cada puesto de trabajo que se abría y que el desempleo femenino (13,3 %) superaba la media nacional de 9,6 %. No iban a aceptar el cierre sin dar pelea.
Una barricada de máquinas de coser
Las chicas de Lee hicieron una barricada de máquinas de coser para bloquear el acceso a los gerentes. Margaret Robertson no era oficialmente la delegada pero se dispuso a resolver la primera necesidad: comer. Con un compañero salieron por un tragaluz, fueron hasta un bar que servía pescado y papas (una comida muy popular) y volvieron con 240 platos para que cada huelguista comiera. En el camino, pasó por su casa, le dijo a su mamá que estaban ocupando la fábrica y le pidió que avise a la televisión.
Las huelguistas no tenían un plan pero organizaron rápidamente un comité y dos turnos para ocupar la fábrica las 24 horas. La gerencia llamó a Margaret para que nadie entrara a la sala de producción, aduciendo el cuidado de las máquinas. Ella les pidió que les dieran acceso a la cocina. “Eso fue lo peor que podrían haber hecho, porque ahora podíamos organizarnos”, ahí instalaron su centro de operaciones. La esposa de un trabajador de mantenimiento, que pudo acceder a las oficinas, consiguió la llave maestra y así obtuvieron el control de la planta. Ahora ellas mandaban en Lee.
Sostuvieron la ocupación con la solidaridad de la ciudad. Los colectivos las llevaban gratis desde y hacia la fábrica, los comercios de la zona donaban la comida. Los portuarios británicos e irlandeses se negaron a transportar cualquier producto de la empresa. Cada trabajadora recibía dinero del fondo de huelga según sus necesidades (si tenían hijos e hijas, si eran madres solteras o jefas de hogar). Solo una porción abandonó la toma, pero nadie lo hizo por no poder sostener a su familia.
En esta historia fueron clave los obreros de los astilleros. Un delegado del astillero Scott Lithgow recuerda que llegó a una reunión sindical y nadie preguntaba por el tema del día, todos querían saber qué pasaba en Lee. No era una casualidad, en medio de una ola de derrotas como la huelga del acero o el cierre de la automotriz Chrysler, estas obreras textiles estaban decididas a resistir. Votaron aportar una parte de su sueldo mientras durara la ocupación y así lo hicieron. Se sumaron otros astilleros y fábricas de autos.
¿Quién se mantuvo lo más lejos posible? El sindicato. El sindicato de trabajadoras y trabajadores del vestido (National Union of Tailor and Garment Workers) apoyó formalmente la ocupación recién seis semanas después. Durante todo ese tiempo dejaron desprotegidas a sus afiliadas. Uso el femenino porque el 92 % eran mujeres (aunque solo ocupaban el 8 % de los cargos sindicales). Al secretario general Alec Smith le gustaba golpear la mesa y levantar la voz en las reuniones, pero nunca apoyó a las obreras de Lee (adujeron consecuencias legales, unos valientes). El sindicato propuso abandonar la toma y protestar en una casa rodante frente a la fábrica. Cuando las trabajadoras rechazaron la oferta, les retiraron el apoyo. La medida continuó sin respaldo oficial.
El 24 de agosto de 1981 hubo festejos en la ciudad. Contra todos los pronósticos y contra su sindicato, las obreras le torcieron el brazo a la empresa y garantizaron los puestos de trabajo. El final feliz duró solo algunos años, en 1983 los nuevos dueños cerraron la planta. Pero aunque su historia estuvo escondida prolijamente varios años, nada logró borrar la memoria de las chicas de Lee. En 2016, 35 años después de la toma, le preguntaron a una de las trabajadoras si volvería a hacerlo y respondió: “claro que sí”.
Las chicas de Lee
El historiador Andy Clark dice que “los registros populares y académicos de la movilización obrera contra los cierres industriales en Gran Bretaña están dominados por la imagen de un trabajador”. Gran parte de su investigación está dedicada a las ocupaciones de Lee, Lovable Brasserie y Plessey Capacitors. El elemento que une a estas tres experiencias es la participación de mujeres jóvenes y la hostilidad de los dirigentes sindicales hacia la militancia de trabajadoras de base. “La movilización de Lee se formó sobre todo a través de procesos de solidaridad obrera alrededor del sentimiento de injusticia que despertaban los cierres”, explica Clark.
Que las luchas de la clase trabajadora tengan cara de varón tiene que ver con estereotipos que no inventó el capitalismo pero siempre aprovechó (el lugar de las mujeres es el hogar, trabajan menos porque su tarea es la crianza, sus sueldos son más bajos porque “trabajan menos”, así hasta el infinito). Que las luchas de trabajadoras se consideren menos importantes o se destaque más su rol de apoyo a huelgas de ramas masculinas tiene que ver con esos mismos estereotipos. Que los pocos ejemplos exitosos de la resistencia a las políticas neoliberales queden a la sombra no es un “problema” de género o una “queja” feminista. Los prejuicios machistas encajan y son utilizados para legitimar derrotas y herencias que afectan a todas las trabajadoras y a todos los trabajadores. Lo saben las enfermeras, los carteros, los portuarios y muchos otros que hoy en el Reino Unido, como las chicas de Lee, deciden dar pelea.
Otro día en el patriarcado de los bolsillos
La Primera Guerra Mundial instaló la tela de jean como un estándar en la ropa de trabajo. Y de la mano del ingreso masivo a la industria, ya no fue fácil decir que las mujeres no usaban pantalones. Los primeros jeans “para mujeres” datan aproximadamente de esa época, aunque los “Freedom-Alls”, una prenda que evocaba a los “Union-All” (overall de jean), nunca fueron tan populares como los modelos “masculinos” que usaban varones y mujeres. En 1934, Levi’s lanza el primer jean “femenino” y ya no hubo vuelta atrás.
Como parte de una tendencia histórica, la vestimenta femenina se enfocó en lo ornamental y resignó funcionalidad. En la búsqueda de afinar y suavizar la cintura y la cadera, los bolsillos de los pantalones diseñados para mujeres llegaron a ser un 48 % más pequeños. Parece un detalle sin importancia pero es un recordatorio de la desigualdad que todavía está de moda.
Un partido, dos raperas y una canción de Shakira
Hablando de guerra mundial y pantalones, Amazon estrenó la serie A League of Their Own, una especie de remake o reboot (es un tema) de la película homónima de 1992, que cuenta la historia de la liga femenina de baseball en Estados Unidos. Algo interesante de esta versión es que la narradora no es una “belleza americana” ni un monumento a la esposa perfecta (enamorada y paciente, como Dottie en la original). Algunas reseñas reclamaron durante años que la película de 1992 borraba una parte de la historia porque no hablaba de las jugadoras lesbianas que, según las fuentes, no eran pocas. Ambas versiones, subrayan los gestos exagerados de feminidad que se exigía a las jugadoras y la vigilancia sobre las mujeres que se mudaban lejos de sus familias para jugar. No es extraño, en ese momento se crearon varias de las condiciones para que se multiplicaran las comunidades urbanas donde personas que deseaban a otras de su mismo género construyeran relaciones y ámbitos de socialización (por si te lo perdiste).
Rap Sh!t es una serie de Issa Rae en HBO. Si no la tenés a Issa, es la creadora de Insecure (una comedia dramática sobre la vida de dos chicas negras en Los Ángeles). En Rap Sh!t, Shawna trabaja en la recepción de un hotel de Miami para llegar a fin de mes y está cansada de chocar contra la pared mientras busca un lugar distinto al que tiene diseñado la industria de la música para las mujeres. Se reencuentra con Mia, repartida entre la maternidad, su trabajo como maquilladora y su Only Fans, y deciden hacer una canción juntas. En su relación están todas las fricciones y debates que existen sobre el género: hipersexualización, misoginia y machismo.
Cartón pintado es una obra de teatro de Victoria Hladilo. Ella escribe, dirige y actúa, completan la escena Julieta Petruchi y Mercedes Quinteros. Tres amigas en un depósito lleno de maniquíes y cajas. Cada una representa arquetipos femeninos diferentes y todas se encuentran en algún momento queriendo estar en los zapatos de la otra. Raquel anhela enamorarse y encontrar al hombre de su vida. Belén está casada y tiene hijos pero no parece estar convencida de que cumplir con esos mandatos asegure la felicidad. Miriam está desencantada de los vínculos que construyó hasta ahora y se encuentra con otros deseos posibles. En Cartón pintado ves todo eso que no se ve. O, mejor dicho, lo que solo ven tus amigas, las que te conocen tanto que aceptan diferentes versiones de vos misma y saben que cuando una dice “Si es cuestión de confesar”, la otra responde “no sé preparar café, ni entiendo de fútbol”.
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