No hace falta que venga a decir que son días agitados. El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner trastocó el escenario político y no es para menos. Desde ese día, además de pronunciamientos y silencios, circularon lecturas, muchas atravesadas por la grieta. Sin embargo, varias apuntaron al rol que juegan los discursos de odio, contra la idea de un “loco suelto” actuando en el vacío.
Hace años vemos reproducirse estos discursos con eficacia veloz en las redes sociales, pero también en medios masivos y a través de referentes políticos. Si bien la mayoría de sus voceros pertenecen a la derecha, hay otros elementos que proveen un trasfondo social y político, los hacen bastante más complejos y no tan prolijamente ubicados en uno u otro lado.
Sobre esos discursos, Micaela Cuesta (doctora en Ciencias Sociales y coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos de la UNSAM) dijo en una entrevista que no hablaría de una “causalidad mecánica” entre discursos y actos. Pero sí veía una legitimación de “expresiones de violencia política, que podían conducir sin duda a legitimar este tipo de acciones que constituyen el pasaje al acto. Y esas expresiones de violencia no tenían como objeto único a los políticos o la política, sino a un conjunto de agentes y actores sociales asociados no a esa mal afamada casta, sino a gente en situación empobrecida, precaria, los famosos ‘planeros’, las mujeres”.
La diputada del Frente de Izquierda Myriam Bregman también habló del contexto en el que se reproducen estos discursos. Señaló que demuestran “además de una ideología reaccionaria de ultraderecha, un profundo odio hacia los sectores que reciben una ayuda social, hacia las mujeres particularmente, tiene mucho de reacción patriarcal este tipo de expresión. Yo creo que se venía alimentando eso, en la condena a los movimientos sociales. Y quiero ser muy clara con esto: el gobierno entró en esa dinámica. Recuerden que llamaba a las movilizaciones de los movimientos sociales extorsión. Se fue creando un clima que habilita esto. Cuando vos le legítimas a la derecha, a la ultraderecha, su discurso obviamente se envalentona y va por más”.
Como también se construyeron generalizaciones y algunas ideas “absolutas”, me gustó esto que escribió Fernando Rosso en elDiarioAR y me parece importante incluirlo en los debates y acciones políticas, las de hoy y las que vendrán. “La cuestión no pasa por impugnar moralmente al ‘odio’ o la ‘violencia’ desde un pedestal de presuntas verdades eternas. Simplemente porque son fenómenos y sentimientos que seguirán brotando del suelo desgarrado de una sociedad atravesada por contradicciones lacerantes e irreconciliables. El problema, como siempre, es la política o lo que hacemos con lo que el odio hizo de nosotros”.
Seño
El próximo domingo es el día del maestro en Argentina, en conmemoración de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento. La mayoría son maestras: el 78 % son mujeres y el 65 % lleva el único o principal ingreso a su casa (Ctera). Como otras ramas feminizadas (salud o limpieza), están moldeadas por prejuicios patriarcales que justifican la gratuidad de las tareas de cuidado, que realizan las mujeres naturalmente, en el hogar.
Esos prejuicios se utilizan también para impugnar sus críticas o exigencias en nombre de la “vocación”, para condenar sus huelgas en nombre del “bienestar” de los chicos y las chicas y, sobre todo, para borrar su identidad como trabajadoras. Hoy las maestras y los maestros están luchando en Mendoza, en Santa Fe, en Córdoba y en otras provincias. Que el 11 de septiembre no sea otro día de saludo vacío a la “vocación”, mientras se ajusta el presupuesto educativo, y se reconozcan sus demandas.
Hablando de maestras, Las señoritas (Lumen, 2021) de Laura Ramos reúne las historias de las maestras estadounidenses que llegaron a Argentina en el siglo XIX. Son las protagonistas desconocidas del plan “modernizador” de Sarmiento, al que le sobraron polémicas. Las señoritas habla de esas protagonistas, muchas provenientes de círculos igualitaristas, sufragistas o abolicionistas de la esclavitud.
Laura Ramos cuenta que en la bitácora “alucinada” de Sarmiento de su viaje a Estados Unidos, la exaltación de los progresos de la sociedad norteamericana le impedían tomar nota de “la pobreza del sur, del anafalbetismo, de la cuestión de la esclavitud, de la guerra con México, en la que Estados Unidos se había apropaido de más de la mitad del territorio vecino”. La observación temprana nos da la pauta de que Sarmiento no es el héroe de esta historia, más interesada en las ideas y las acciones de las que abandonaron existencias más o menos acomodadas para poner en pie escuelas muy lejos de casa.
En las primeras páginas aparecen algunos de los prejuicios alrededor de la docencia. Horace Mann, creador del modelo admirado por Sarmiento para “garantizar el acceso a la educación de todos los niños al margen de las religiones”, también resaltaba la “habilidad femenina” para educar. Esto le proporcionó a Sarmiento una herramienta nada despreciable ya que las mujeres cobraban salarios más bajos. Aunque el plan estuvo lejos del éxito, se fundaron o reorganizaron escuelas normales que formarían sucesivas generaciones de docentes.
Una de las promesas para tentar a las maestras estadounidenses era el prestigio y el roce con las familias patricias, incluso posibilidades de matrimonio. Irónicamente, la profesionalización de la docencia les ofrecería a las mujeres una salida laboral y algo de independencia económica. Ya en la segunda década del siglo XX, con la docencia consolidada como ocupación femenina, Alfonsina Storni escribió “mientras más seguridad económica hay en la mujer, menos prisa tiene por casarse” en “¿Por qué las maestras se casan poco?”, una columna de su sección “Bocetos femeninos” de La Nación.
Diarios, correspondencia y archivos personales son testimonio de una época marcada por un sinnúmero de conflictos políticos. Las señoritas conformaban pequeñas comunidades femeninas de “hermanas, hijas y madres”, un homenaje a su propia formación en Estados Unidos. Algunas no llegaron a las escuelas designadas, como la pionera Mary Gorman o Fanny Wood (que había construido escuelas en el sur de Estados Unidos para esclavas y esclavos liberados). Como hicieron otras, suspendieron sus viajes al escuchar los relatos sobre la violencia que se vivía en diferentes provincias. Decididas a continuar su labor en Buenos Aires, fundaron una escuela y un jardín de infantes pero la epidemia de fiebre amarilla de 1871 se cobró la vida de Fanny Wood, que murió en los brazos de Gorman.
Las católicas eran una minoría mejor recibida que el resto. Sarmiento no calculó el rechazo que generaría entre las elites y sobre todo en la Iglesia, a la que no le caía nada bien que las maestras fueran protestantes y mucho menos que se cuestionara su dominio. Varias fueron empleadas en las escuelas de niñas, bajo el control de las sociedades de beneficencia hasta 1876, cuando el Estado las incluyó en la educación pública. A pesar de su insistencia en la educación religiosa, algunas aportaron nociones novedosas. Una fue Jeannette Stevens, admiradora de H. D. Thoreau, que alentaba a sus alumnas a desarrollar la personalidad de cada niño y cada niña y a abandonar el molde “para placer del maestro”.
Entre los últimos capítulos dedicados a Cuyo está la historia de Mary Morse y Margaret Collord que se conocieron en el barco rumbo a Sudamérica. La primera se dirigía a Mendoza, la segunda a Montevideo. “Si alguna vez necesita un empleo, vaya a Mendoza”. Cuando Margaret llegó a la ciudad, Mary la esperaba en la estación de tren. Nunca más se separaron. En los recuerdos de Shirley Tregea, nieta de los administradores de la finca de Chacras de Coria, donde vivían, están los tomos de William Shakespeare que cuidaban como oro, su peculiar vestimenta (distinta a la de otras señoritas) y el detalle de una vajilla “en juego de dos”. Al jubilarse volvieron a Estados Unidos, pero volvieron rápidamente, especula Ramos, “porque sus familias no aprobaban la especial sociedad comercial, amistosa o sentimental”. Vivieron en la provincia hasta su muerte y fueron enterradas una junto a la otra en la zona británica del cementerio de Mendoza.
El lenguaje del miedo, el jinete olvidado y una elección
“El intercesor” es la nouvelle que abre Las esferas invisibles (Entropía, 2015). Diego Muzzio escribe un terror gótico en la Argentina del siglo XIX, encastrado en el brote de fiebre amarilla de 1871 donde se mezclan la vida y la muerte. Un cura escucha la confesión de un moribundo ciego con voz “áspera” que se arrastra para salir de su garganta. En ese momento se desata la oscuridad que crece sin freno hasta el final. Hay un fuerte en la llanura pampeana, hay viento y espejismos que confunden todo. En un momento, el moribundo advierte: “para relatar lo que sucedió a continuación, me haría falta un lenguaje que no existe”. Quizás el epígrafe citado al comienzo, uno de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, sea la verdadera advertencia. Lo descubrí este año y está entre mis favoritos de 2022.
Nope! es la última película de Jordan Peele (si no viste Get out, es el momento de hacerlo). Después de un extraño acontecimiento, OJ (Daniel Kaluuya) está esperando a su hermana Emerald (Keke Palmer) en un set de filmación de Hollywood. Ella es la que brinda las charlas de seguridad antes de comenzar las escenas en las que participan los caballos que entrena OJ. “¿Sabías que el primer montaje de fotografías para crear una película fue un clip de dos segundos de un hombre negro a caballo?” es la pregunta de Emerald para inaugurar su breve discurso. OJ mantiene a duras penas la pequeña empresa fundada por su padre, parte del linaje de Alistair E. Haywood, el jinete negro de esa primera imagen en movimiento. El corto es real pero nadie sabe el nombre del jinete, sí conocemos el de la yegua (Annie G.) que utilizó el millonario Eadweard Muybridge en su experimento. Toda una confesión histórica. Nope! no es una película sobre el cine pero sí, habla de alguna forma de su historia y algunos de sus problemas, o del espectáculo en general. ¿Cuáles son los límites para mostrar? ¿Cuál es la pulsión del cine? ¿Qué rol tiene la tecnología? Pero es, sobre todo, una historia de ciencia ficción, con un poco de terror y un poco de western moderno. Hay criaturas, hay un plan y muchas cosas que pueden salir mal si te tienta más la selfie o la noticia de último momento.
La elección es una película de 1999 en la que Reese Witherspoon interpreta a Tracy Flick, candidata en una elección escolar. Es una comedia que se pone oscura demasiado rápido. Viene a cuento de que la nueva primera ministra británica es Liz Truss. El partido Conservador acaba de elegirla y se transforma así en la tercera mujer de Downing 10 (residencia oficial), después de Margaret Thatcher y Theresa May. La cosa es que Liz se postuló en una elección escolar que acompañó los comicios de 1983, que ganó la “dama de hierro”. “La maestra me preguntó si quería interpretar a Margaret Thatcher en nuestra clase. Aproveché la oportunidad y pronuncié un sentido discurso en la campaña, pero no conseguí ningún voto. Ni siquiera yo me voté a mí misma”. No era popular entonces ser tory (conservadora) y no lo es hoy. Truss (con una llamativa costumbre de cosplay político) asume en medio de una ola de huelgas y protestas contra la carestía de la vida, cuando parece que se viene un nuevo “invierno del descontento”.
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