4/10/22

Las chicas del Ku Klux Klan

 

Cuando Giorgia Meloni ganó en Italia, la preocupación recorrió Europa. Era un nuevo capítulo del avance de la ultraderecha en un escenario marcado por crisis políticas y económicas. Meloni no es una novedad. La preceden líderes de derecha “clásicas”, como la primera ministra británica Liz Truss, y “renovadoras”, como Marine Le Pen del Frente Nacional francés o Alice Weidel de Alternativa para Alemania.

La que piensa distinto es Hillary Clinton, ex secretaria de Estado de Estados Unidos e ícono del feminismo del techo de cristal. “La elección de la primera mujer como primera ministra en un país siempre representa una ruptura con el pasado y es ciertamente algo bueno”. Sabe que Meloni pertenece a un partido de ultraderecha y así y todo le parece una buena noticia. 

Lo leés y pensás “¿por qué seguimos discutiendo esto?”. El gender washing (mostrar la presencia de mujeres en lugares de poder como algo positivo per se) sigue funcionando. ¿Por qué? Porque cuidadoras natas, conciliadoras o empáticas siguen siendo presentadas como cualidades “femeninas”. Por eso son explotadas en discursos oficiales, campañas electorales y publicitarias. 

Una mezcla extraña pero efectiva

El eslógan de Meloni es “soy mujer, soy madre, soy cristiana”, rechaza abiertamente al feminismo y al movimiento LGBT (“ a favor de la familia natural y contra el lobby gay”). Una de sus campañas más importantes es aumentar la tasa de natalidad italiana, en consonancia con la teoría reaccionaria de la “sustitución étnica”. A diferencia de otras, explota sin problemas el perfil “mujer, madre, familia”. 

¿Dónde se cruza Meloni con sus colegas? En algo que la investigadora Sara Farris llamó femonacionalismo, que podría resumirse como la utilización de demandas feministas para apoyar políticas reaccionarias (algo que no inventó la derecha). Farris buscaba comprender la “cooptación de temáticas feministas por parte de los partidos de derecha en toda Europa, pero también entender por qué algunas feministas estaban expresando cada vez más sus prejuicios antiislámicos”. Los debates sobre la prohibición del velo son un ejemplo (revitalizados con las protestas en Irán por el asesinato de Masha Amini). Confundir la lucha contra la opresión con el apoyo de prohibiciones estatales tiene consecuencias políticas, una de ellas es habilitar a la derecha a hacer un uso propio de los “derechos de las mujeres”. 

En esa construcción, los estereotipos de género son importantes. A los varones migrantes, sobre todo de origen árabe y/o de religión musulmana se los presenta como amenaza sexual, de seguridad y económica. Las mujeres son presentadas como víctimas, personas que necesitan ser salvadas de una cultura opresora. Con las migrantes sucede algo más complicado: “juegan un papel muy importante en el mercado laboral y en el bienestar europeo en general. Han llenado cada vez más los vacíos que quedaron por la retirada del Estado de proporcionar un bienestar adecuado, especialmente para los ancianos y los niños”.

El argumento de la “amenaza cultural” es el más utilizado. “Es el verdadero feminismo el que no permite que vengan aquí algunos a imponernos sus ideas de desigualdad con la mujer” (Rocío Monasterio de Vox). “La crisis migratoria [señala] el comienzo del fin de los derechos de las mujeres” (Marine Le Pen del Frente Nacional). Meloni hizo lo propio cuando difundió el video de un ataque sexual a una refugiada ucraniana y subrayó que el agresor era un migrante africano: “Un abrazo a esta mujer. Haré todo lo posible para restaurar la seguridad en nuestras ciudades”. A Meloni la destrozaron -con razón- por revictimizar a la mujer atacada pero se discutió bastante menos su enfoque xenófobo.

La filósofa italiana Giorgia Serughetti explica que “la ultraderecha señala la violencia machista cuando el agresor es no italiano”, aunque la mayoría lo es. Giorgia también dice que “ser la mujer que protesta contra las ofensas a los derechos de las mujeres movilizando la retórica tradicional de la derecha funciona porque le habla a una opinión pública que es potencialmente hostil a la migración”. 

Las chicas del Klan

Un poco de casualidad (o no), me encontré con las mujeres de QAnon y la toma del Capitolio en Estados Unidos, un acontecimiento presentado como expresión de la “masculinidad tóxica” linkeada al expresidente Donald Trump. En general, la participación de las mujeres en el supremacismo blanco se destaca bastante poco. Quizás parezca tranquilizador pensar que esos fenómenos reaccionarios se explican por una esencia masculina sobre la que se apoya un sistema de desigualdad y opresión. La historiadora Stephanie Jones-Rogers dice que esa participación data desde el esclavismo y que “ha habido una tendencia, desde el periodo colonial hasta el presente, de posicionar [como bloque homogéneo] a las mujeres blancas como víctimas perpetuas, a pesar de la evidencia de lo contrario”. 

Esa participación continuó después de la abolición de la esclavitud. El Ku Klux Klan llegó a tener un millón y medio de afiliadas. El centro de su trabajo estaba en las actividades sociales de los suburbios blancos y protestantes. La periodista Emily Cataneo hace una reflexión interesante sobre la ausencia de críticas al racismo en varias alas del sufragismo y cómo, luego de la conquista del voto, se abrió un escenario en el que feminismo y racismo era un cóctel posible. 

Propagandistas como Elizabeth Tyler ayudaron a revitalizar el Klan. Se convirtió en “la primera gran líder femenina”, fue la fundadora del grupo Mujeres del Klu Klux Klan, que le imprimió una nueva dinámica a la organización. Jones-Rogers explica que las mujeres blancas empezaron a ser vistas como aliadas para politizar el supremacismo y como un bloque electoral en sí mismo. La utilización de la violencia sexual también jugó un papel importante (no eran infrecuentes las acusaciones de violación para legitimar linchamientos de varones negros). También fueron clave en la reacción contra las leyes antisegregación en las escuelas, como voz autorizada del bienestar infantil

La organización QAnon también explotó la imagen mujeres = cuidadoras. Miembros y simpatizantes de este grupo supremacista (en su mayoría mujeres) impulsaron la campaña contra el tráfico infantil #SaveTheChildren (salven a los niños) con el fin último de amplificar la fake news sobre el “pizza gate” (acusación falsa de pedofilia contra Hillary Clinton y Barack Obama). En estas campañas, además, se da un cruce curioso con los discursos del bienestar. Seward Darby, autora de Sisters in Hate: American Women on the Front of White Nationalism, dice que la “idea de que podés limpiarte, limpiar tu vida y la de tu familia de contaminantes” es muy común en grupos como QAnon para dirigirse a las mujeres. Por si te lo perdiste, vuelvo a recomendarte el último episodio de Ocultonas sobre el bienestar. 

Volviendo a Hillary Clinton. ¿Es algo bueno en sí mismo que una mujer llegue al poder? La socióloga italiana Arfini Elia propone otra forma de pensar el cruce entre derecha y feminismo. Elige un punto de partida previo, cuando Beyoncé, Ivanka Trump o marcas como Dove incorporaron el feminismo a sus discursos (¿te suena “neoliberalismo progresista”?). “Esta expansión global de mensajes feministas está plagada de contradicciones y paradojas cuando se persigue el objetivo feminista de justicia social sistémica en áreas que fomentan la exclusión, la opresión y la desigualdad”. 

¿Son pocas las que se sientan en las mesas donde se toman decisiones importantes? Sí, pero la crítica al sexismo no equivale a que más primeras ministras y presidentas mejoren o trastoquen los pilares de las democracias en las que vivimos.

El cuerpo, las minas y la espera

Ir más allá de la piel es un libro de Silvia Federici (Tinta Limón). Reflexiona sobre varias cuestiones relacionadas con el cuerpo en las sociedades capitalistas. Repiensa los límites y las potencialidades de la lucha por el derecho al aborto en Estados Unidos (muchas vigentes hoy) y los aportes del movimiento de liberación de los años 1970 a lo que llama la “teoría del cuerpo”. Habla de algunas paradojas que atraviesan a los feminismos y el movimiento LGBT y las promesas de libertad en el capitalismo (siempre individual y limitada). Bastan algunas páginas para leer afirmaciones polémicas, críticas y preguntas sugerentes. No es que me gusten todas sus respuestas, pero creo que un movimiento que no se hace preguntas o prefiere ignorar los debates en su interior pierde vitalidad. Me interesa la insistencia de Federici en “luchar por cambiar las condiciones económicas/sociales de nuestra existencia”, no como maximalismo sino como perspectiva para nuestras luchas. 

Sherwood sucede en el borde de ese bosque cerca de Nottingham en el Reino Unido. No hay un Robin Hood en conflicto con la ley ni solidario con los pobres y los oprimidos como en la leyenda. Cuenta la historia de un pueblo minero, donde las cicatrices de las huelgas de 1984 contra Margaret Thatcher todavía siguen abiertas. Un combo de policial y drama de la clase obrera con un pasado que pesa demasiado y un presente sin promesas de futuro. En un episodio, la abogada del sindicato minero habla sobre el objetivo del gobierno de Thatcher: “Quisieron cambiar el escenario político del país, alejarlo de lo colectivo hacia la desregulación de las fuerzas del mercado. Se puede estar de acuerdo o no con ese cambio, el punto es que para lograrlo necesitaron una guerra”. Es ficción pero la guerra y la derrota fueron reales. Sin embargo, no es el final de la historia, hoy se libran nuevas batallas

La que limpia es un unipersonal protagonizado por Mariana Del Pozo y dirigido por Lali Fischer. La obra está inspirada en el universo de Lucia Berlin (Manual para las mujeres de la limpieza) pero construye un mundo nuevo. Laura trabaja limpiando casas y a través de ella, nos metemos en el mundo invisible de las invisibles. Laura cuenta la historia en las paradas de colectivo y mientras limpia. Habla de “las señoras”, del trabajo y todo lo demás que sucede en su vida. Me gustó mucho un momento en el que Laura reflexiona sobre el tiempo. Dice algo así: “los que van en auto no registran a la gente que espera en las paradas, los ricos no esperan nada, ni el colectivo ni un turno en el hospital. Ser pobre es tener que esperar”. Va a estar en la sala Moscú varios domingos más. 




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