18/10/22

¿Qué hace una lesbiana acá?

 

Eva era feminista, criticaba el lugar subordinado de las mujeres en las relaciones heterosexuales, cuestionaba los roles de género, era vegetariana y militaba contra la crueldad animal. Si no hubiera nacido en 1870, su cara podría aparecer en cualquier asamblea o marcha feminista del siglo XXI. Se negó a apoyar al gobierno inglés durante la Primera Guerra Mundial (cuando el pacifismo significaba persecución) y apoyó la causa nacional irlandesa (de la que su hermana Constance fue heroína), pero su huella quedó marcada en otro lugar.

Sin voz ni voto

Eva Gore-Booth fue una poeta, sufragista radical y sindicalista irlandesa. Perteneció a todo grupo sufragista que se le cruzó pero no la conformaba el derecho al voto. Lo creía indispensable pero pensaba que gran parte del sufragismo dejaba afuera a la mayoría de las mujeres. Al mismo tiempo, ciudades industriales como Manchester funcionaban con mucha mano de obra femenina pero los sindicatos no la organizaban. El lugar donde se cruzaban la explotación de clase y la opresión de género era tierra de nadie pero estaba superpoblado

Cuando empezaba a ser conocida en el mundo literario y su futuro prometía comodidad, decidió instalarse en Manchester. Junto con Esther Roper fueron protagonistas de la ola de sindicalización femenina más grande de la primera mitad del siglo XX. En Eva Gore-Booth: An image of such politics, Sonja Tiernan explica que no fue mérito de los sindicatos sino de mujeres como Eva. “Para 1914, más del 50 % de todas las mujeres en sindicatos en Gran Bretaña estaban empleadas en la industria textil. En 1900, había 96.820 mujeres y solo 69.699 varones en sindicatos textiles”. 

¿Cómo lo hicieron? Unieron lo que el sufragismo y los sindicatos dividían. Introdujeron la agenda de las trabajadoras en el feminismo y la de las mujeres en los sindicatos. Así crecieron las adhesiones a la organización sufragista NUWSS (National Union of Women’s Suffrage Societies) y la presencia de organizadoras y oradoras en los sindicatos. “En el hogar, su posición es degradada por su exclusión de los asuntos de la vida nacional”, decía Eva en un discurso. “Al no votar, ‘el poder para restringir el trabajo de las mujeres [está] en manos de los hombres que trabajan codo a codo con mujeres a las que tratan a menudo como rivales en lugar de compañeras’”, decía el petitorio a favor del sufragio femenino que Esther llevaba a las puertas de las fábricas. Reconocer esa doble condición era la clave para avanzar en ambos terrenos: derechos políticos y económicos. 

La primera experiencia de Eva había sido en la University Settlement (una especie de universidad popular que buscaba hacer accesible la educación). Fundó una sociedad teatral isabelina de obreras textiles. Escribió la obra Fiammetta con temas de igualdad de género y críticas a la subordinación de las mujeres en el matrimonio para interpelar al público. Hacían funciones para mujeres en locales sindicales, donde también organizaban tés y debates, con la idea de que las trabajadoras participen antes de volver a sus casas. 

Eva y Esther reinventaron varios espacios y cuando no existían, los inventaron. El Women’s Trade Union Council organizó muchos sindicatos de Manchester, todos defendían la igualdad. Hicieron que el voto dejara de ser una preocupación exclusiva de la clase media y alta, lo transformaron en un tema de las trabajadoras y, a la vez, introdujeron una crítica de clase en el sufragismo. No fueron las únicas; unos años más tarde Sylvia Pankhurst se instalaría en la zona obrera de East End en Londres con la misma convicción. 

Antes de los estudios queer

Un paréntesis obligado. Existen debates sobre la relación de Eva y Esther. Algunos tienen que ver con la época y otros con cómo se cuentan las vidas de las mujeres. Primero los hechos. Aunque la poesía es trabajo de poetas, me tomo el atrevimiento de intentar traducir las palabras de Eva cuando conoció a Esther:

Tú cuya melodía del amor alegra la tristeza

de un largo trabajo y una paciente lucha 

¿No es aquella música más grande que nuestra vida?

¿No sobrevivirá una pequeña canción más allá de esa condena?

Durante el siglo XIX y principios del XX no eran extraños los hogares conformados por dos mujeres sin el sostén económico de un varón (incluso tenían nombre: “matrimonios bostonianos”, por la novela Las bostonianas de Henry James). Las relaciones platónicas existían, durante años la “amistad romántica” femenina fue una institución reconocida y ocupaba un lugar igual o más importante que el matrimonio. Pero nada de esto es argumento suficiente para anular la posibilidad de que dos mujeres formaran una pareja afectiva o sexoafectiva. 

Acá entra el cómo contar la historia. La sexualidad no es indispensable para contar la vida de una persona, negarla es un asunto diferente. Hasta hace una década, la única fuente biográfica sobre Eva y Esther era Eva Gore Booth and Esther Roper. A biography de Gifford Lewis. Cuando Lewis terminó el primer borrador, le escribió al sobrino de Eva “estará satisfecho de saber que no encontré un solo rastro de sexualidad pervertida”. En “Challenging Presumptions of Heterosexuality: Eva Gore-Booth, A Biographical Case Study”, Sonja Tiernan discute cómo actúan los prejuicios de asexualidad en las relaciones entre mujeres sobre las decisiones historiográficas y los cambios que introdujo la llamada segunda ola feminista. Lewis se encontró con la paradoja de evitar (o negar) la sexualidad de dos militantes que fundaron, entre otras cosas, una revista precursora en la crítica del género, el binarismo y el modelo de las relaciones heterosexuales.

Fue una gran preocupación de Eva cuestionar los ideales de feminidad. En la búsqueda de despojar su lucha de la visión proteccionista del género femenino, se unió a Aëthnic Union. Uno de sus panfletos afirmaba: “Las sufragistas modernas, ansiosas por eliminar las discapacidades superficiales que se interponen en el camino de la influencia política (...) parecen dispuestas a aceptar con considerable humildad obstáculos más profundos para el autodesarrollo impuestos por la torpe diferenciación que divide la raza en ‘hombres y mujeres’”. 

A pesar de los límites de la biografía de Lewis, en ella puede leerse la idea de los roles géneros como “casi un disfraz teatral que podía usarse y cambiarse a voluntad y tenía poco que ver con el centro de la personalidad”. Gore-Booth no estaba pensando en la performatividad del género que plantearían un siglo después los estudios queer. Cuestionaba sobre todo el obstáculo que representaba para la mayoría de las mujeres, quizás más cerca de la idea de “identidad social”que Silvia Federici escribe en Ir más allá de la piel cuando debate con las nociones performativas. En los términos que propone Federici, Gore-Booth persiguió la desestabilización de la identidad sin separarla “de la lucha para cambiar las condiciones sociales/históricas que determinan nuestra vida y, sobre todo, para socavar las jerarquías sociales y la desigualdad”.  

Entre sus últimas empresas estuvo la revista Urania, que proclamaba que en sus páginas “no hay ‘hombres’ ni ‘mujeres’” (así, con comillas) y que “el sexo es un accidente” (una idea de la novela Max de la escritora irlandesa Katherine Thurston que había fascinado a Eva). Urania se editó entre 1916 y 1940 y circulaba por suscripción para evadir la censura. Publicaba historias de mujeres que trascendían los ámbitos “femeninos”, experiencias de travestismo y transexualidad y celebraba el amor entre mujeres como un desafío directo a la patologización de la homosexualdiad. 

Mucho antes de que Adrienne Rich hablara del continuum lesbiano como una gama de experiencias (no reducida a la “experiencia sexual genital”), Urania valoraba positivamente las uniones entre mujeres como una alternativa al matrimonio heterosexual. La historiadora cultural Alison Oram subraya que “una parte integral de la perspectiva feminista de Urania era su fuerte rechazo tanto al matrimonio como al sexo heterosexual”. No se llamaban a sí mismas lesbianas, como casi ninguna mujer en la época, porque el término se utilizaba sobre todo en ámbitos médicos y con una connotación negativa. Tiernan sostiene que “estuvieron entre las primeras personas en el siglo XX en presentar a Safo en un contexto socialmente romántico, con el objetivo de derribar la noción de las relaciones entre personas del mismo sexo como una desviación”. La apropiación de Safo, la poeta de Lesbos, marcaría la vida de Eva y Esther hasta el final. En la tumba que comparten en un cementerio de Londres puede leerse el fragmento de uno de sus poemas. 

Hoy la militancia de Eva podría tener muchos nombres: interseccional transfeminista, ecofeminista y queer. Todos dirían algo correcto pero no serían suficientes para contarla. Como otras socialistas, sufragistas radicales o sindicalistas, peleó para organizar ese lugar donde se cruzaban la explotación y la opresión, el que ningún sindicato organizaba y que muchas sufragistas no pisaban. Y lo hizo siempre convencida de que las protagonistas de todo eran las trabajadoras. 

Una escritora incorrecta, un oso en la cocina y los fantasmas

Graciela Rizzo escribió Una mujer incorrecta, que recorre minuciosamente la obra y las ideas de Elizabeth Gaskell, una escritora que pensó la situación de la clase obrera en Inglaterra en clave literaria y la llevó a las salas de lectura de las mujeres de la clase media y alta, que leían Ruth o Mary Barton sin poder escapar de la realidad de los barrios obreros de Manchester. Conocía a Gaskell por sus relatos sobrenaturales y su colaboración con Charles Dickens. Leyendo el libro de Graciela, descubrí una Elizabeth mucho más grande (pueden conseguirlo acá). Una de las búsquedas de la multifacética Eva Gore-Booth fue la de la espiritualidad. En ese camino se cruzó con Gaskell, que formó parte de la Iglesia Unitaria, opuesta a la doctrina religiosa tradicional inglesa. En el unitarismo, que no adoraba dioses ni perseguía pecadores, se mezclaban militantes por la igualdad de derechos como Eva y la propia Gaskell. En Manchester, Eva compartió varios domingos con un ministro unitario que fundó la Labour Church (iglesia obrera), con la idea de fundar una “expresión espiritual del movimiento obrero”. 

The Bear (El Oso) es una serie que se trata de todo y es difícil explicar de qué se trata (se ve en Star plus y por ahí). La historia empieza sin advertencias, Carmy Berzatto (Jeremy Allen White) se hace cargo del localcito de Chicago (Estados Unidos) que era de su hermano y es famoso por sus sándwiches italianos tradicionales. Carmy viene de ser un chef consagrado en restaurantes carísimos y se encuentra al frente de una cocina caótica, deudas que nadie sabe explicar, la relación con la mafia local y un equipo heterogéneo que quiere transformar en brigada a ritmo de cronómetro. Es una especie de drama urbano, donde la ciudad se debate entre lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y lo moderno. Pero en el centro están las personas, con todo lo amargo, lo ácido y, a veces, lo dulce de la vida. Una historia de supervivencia. 

Para que sepan que vinimos (Blatt y Ríos) es una novela de Marina Yuszczuk. Cuenta la historia de una mujer que viaja a Nueva York con su marido y su hija, después de la muerte de su madre, y descubre que una sombra la persigue. Hablando de escritoras victorianas, Marina, como Gaskell y sus compañeras oscuras, invita a los fantasmas a hablar de nuestra vida. En Para que sepan que vinimos, hay preguntas sobre la maternidad, la que vivió como hija la protagonista y la que quiere construir como mamá para su hija. También hace preguntas sugerentes sobre las ideas de familia y los vínculos que construimos. En una entrevista, Marina dice que en el libro, la madre es esa “con mayúsculas, una figura de opresión”. Una apuesta arriesgada que cumple con creces. En esta novela, los fantasmas no te asustan como una película de terror, rápido y furioso, te acosan sutilmente hasta que el aire se vuelve irrespirable. 



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