Con la resaca de unas elecciones porteñas marcadas por la apatía y un triunfo frugal para el gobierno nacional, el presidente Javier Milei decidió volver a hablar de la caída de la tasa de natalidad. Fue tan genérica y obvia la utilización que me limitaré a recomendarte la entrega anterior, en la que escribí sobre la obsesión natalista de las derechas y una columna en nuestro programa El Círculo Rojo sobre la propuesta del “cheque bebé” en Estados Unidos.
Solo me detengo en un pasaje del discurso del presidente en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham): “el miedo es que el mundo se quede sin gente. Lo hubieran pensado antes, nos hubiéramos ahorrado bastantes asesinatos en el vientre de las madres”. Me interesa por las palabras que eligió y porque es un defensor incondicional del genocidio que perpetra el Estado de Israel en Gaza. La organización no gubernamental Euro-Med Human Rights Monitor informó que las cifras oficiales confirman el asesinato de 12.400 mujeres palestinas, entre ellas 7.920 madres desde que comenzó el ataque de Israel. El peligro no se limita a los bombardeos, “60.000 mujeres embarazadas viven en pésimas condiciones por malnutrición, hambre y acceso inadecuado a la salud”. Además, 14.000 bebés están en peligro solamente por el bloqueo de la ayuda humanitaria. Ningún vocero de la obsesión natalista advertirá esta amenaza demográfica concreta porque no les interesa la vida, les interesan algunas vidas de algunas personas de algunos países.
Aprovecho esta repetición perezosa de agenda para hacer un paréntesis de cine, lucha de clases y poesía.
Mi mayo francés
La primera escena de Si tocan a uno de nosotros muestra a Christian haciendo cuentas con una calculadora, hablan de descuentos, de fondo de huelga, de lo que dijo el juez. Me gusta cuando las películas empiezan de repente, cuando te tiran en el medio de la acción. La cineasta francesa Carol Sibony hizo un documental sobre la lucha de las trabajadoras y los trabajadores de la mega empresa agroindustrial InVivo. Después de una huelga en la planta Neuhauser de Folschviller, donde producen panificados para supermercados, los empresarios tuvieron que aceptar la reinstalación del delegado y representante sindical Christian Porta. Christian es militante de izquierda (miembro de Révolution Permanente), es de esa gente que sonríe con los ojos, que ya sabés que no le va a dar vergüenza hablar en la asamblea y en el documental lo ves multifacético en el piquete, en el micro yendo al juzgado, en el sindicato hablando con el trabajador al que se le venció el permiso de residencia, recordando cuando la empresa quiso tirar kilos y kilos de comida en la pandemia y ellos no lo permitieron, hablando de política con sus compañeros, con su mamá, hablando de una campaña de solidaridad con las trabajadoras de Túnez y explicando por qué es importante el internacionalismo.
Mi top 3 de momentos favoritos. El primero es cuando Christian está hablando con su mamá y le dice que se acuerda de cuando volvía de la fábrica de chocolate con los dedos vendados y ella le dice “es que la fábrica es una mierda”, “vos sos rebelde y revoltoso como tu papá” y él le dice que en realidad se inspiró en ella. El segundo, cuando Julie recuerda que durante la primera huelga se hizo una marcha en la ciudad: “me acuerdo todavía porque pasamos frente a mi antiguo trabajo y vi a mi antigua patrona que estaba adelante, mirando todo”. Le preguntan: “¿qué sentiste mientras marchabas con tus compañeros viendo a tu antigua patrona?”. Ella dice: “sentí orgullo, un orgullo total. La pequeña Julie, la de antes, que se dejaba pisotear, maltratar, ya no existe más”; me parece un resumen perfecto del poder de transformación que tiene la acción colectiva sobre los individuos. El tercero, cuando los jueces ordenan la reinstalación de Christian y va a la planta con la carta documento, los jefes están haciendo un cordón con caras desafiantes pero en el fondo se les ve el miedo, no por la medida judicial, sino porque en todo ese tiempo los trabajadores y las trabajadoras se dieron cuenta de que la fábrica sin ellos y ellas no es nada.
No cuento más porque el 31 de mayo vas a poder verla en La Izquierda Diario+. Si podés, hacete un rato y mirala porque a veces parece que la precarización, la fragmentación de la clase trabajadora o el avance de la derecha en gobiernos locales o nacionales son obstáculos infranqueables y momentos estáticos o inmodificables. La película lo desmiente y, al contrario, confirma que se puede pelear incluso cuando dividen tus filas, cuando parece que no sirve hacer huelga porque la mitad es precaria y la otra es pobre, cuando trabajamos tanto que parece que no hay energía para hacer otra cosa, se puede pelear incluso cuando te mirás de reojo con la persona de al lado en el trabajo porque votó un partido que dice que el problema sos vos porque sos mujer o el de más allá porque nació en otro país. Se puede pelear y se puede ganar (y eso permite pensar nuevas batallas).
En realidad, lo primero que ves cuando empieza Si tocan a uno de nosotros es un fragmento del poema “Citröen” de Jacques Prévert :
Pero aquellos que durante mucho tiempo fueron rapados como caniches
Aún conservan sus mandíbulas de lobos
Para morder, para defenderse, para atacar,
Para hacer la huelga…
La huelga…
¡Viva la huelga!
Cuentan que en 1933, Prévert se entera de la huelga en la fábrica automotriz de Citröen y a la tarde publica el poema. Lo pinta de cuerpo entero, Prévert les escribe a los suyos.
“…El sol brilla para todo el mundo, pero no brilla en las prisiones, no brilla para los que trabajan en la mina, los que descaman el pescado.
Los que comen carne podrida.
Los que fabrican horquillas para el pelo.
Los que soplan las botellas que otros beberán.
Los que pasan las vacaciones en las fábricas.
Los que ordeñan la vaca y no beben la leche.
Los que no son anestesiados en la consulta del dentista.
Los que fabrican en sótanos las estilográficas con las que otros escribirán al aire libre que todo va de mil maravillas…”
Prévert es poeta para ellos. En los años 1930 escribe teatro para el grupo Octubre, asociado al Partido Comunista Francés, aunque a él lo señalan como inconformista, trotskista, anarquista. Escribe poesía y teatro, escribe cine, bajo la ocupación nazi se va al sur y escribe el guión de Los niños del Paraíso (1945), una de sus colaboraciones con Marcel Carné. Prévert siempre va a escribir contra el poder, se va a reír de los políticos y los empresarios, se va a burlar de los burgueses. Va a escribir para recordarles a los caniches que fueron lobos y que todavía muerden.
La paz y los libros
Paz es una obra-instalación de Antonio Villa que estuvo hasta hace unos días en el teatro José Verdi de La Boca. Cuenta la historia de una cronista de guerra y su retrato de los grandes conflictos y los pequeños de la población que debe seguir viviendo en medio del caos bélico y el propio. Laura Paredes interpreta a la cronista que vive en guerra incluso al volver a casa y cuando conversamos con ella en El Círculo Rojo contó que la idea es retomar Paz más adelante (mientras tanto, podés verla como Hortensia Caridad Morales en Parlamento o Celine en Las cautivas).
Sigo con el rinconcito autorreferencial y aviso que estrenamos nuevo episodio de Fuera de algoritmo,
un programa de literatura, series y cine que hacemos con Ariane Díaz.
Hicimos un especial de libros: películas sobre libros, libros sobre
libros, libros reales y no tanto, autores y autoras, consagrados y
anónimas, librerías y clubes de lectura. Hablamos de American Fiction, La Rue d’ Odéon, El club de lectura de Jane Austen y Vacío perfecto.
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